El ciclismo es un deporte de equipo, de estrategias y alianzas. Siempre lo ha sido. Y en los tiempos modernos lo es aún más. La importancia de los gregarios es capital. Lo sabe Caruso, que agradece con una palmadita el trabajo de Bilbao cuando éste se agota y se hace a un lado en la última subida. Y lo reconoce Bernal, que se abraza a Dani Martínez en la meta de Alpe Motta, a 30 kilómetros contrarreloj de ganar el Giro en el Duomo de Milán.
La maglia rosa del colombiano está a buen recaudo gracias a su fiel compatriota, uno de los tres o cuatro mejores escaladores de la carrera, y a Castroviejo, que se desvive por Egan cuesta arriba, para abajo o en el valle, y también se aparta cuando no puede más. Castro, Martínez, Bilbao y Storer fueron los protagonistas en el tappone de los gregarios. Ganó Caruso, 33 años y toda su carrera al servicio de otros. Ya tiene un gran triunfo y mañana estará en el podio.
El lunes nos tirábamos de los pelos. Fedaia y Pordoi, cancelados. ¿Mal tiempo? Si sólo caen unas gotas. La castración de la etapa reina y el golpe de Bernal en el Giau sentenciaban el Giro. O eso creíamos. Dos días después, Yates jugó al Simon says: “Hay carrera”, dijo. La maglia rosa palidecía. Y quedaban dos jornadas de montaña. En rojo, el tappone de los Alpes suizos, con tres puertos de 1ª categoría y casi 4000 metros de desnivel positivo.
Esperábamos un ritmo endiablado de los BikeExchange (Yates) y los Deceuninck (Almeida) en el interminable y precioso Paso San Bernardino. No fue así. El británico y el portugués guardaron sus balas. Luego nos dimos cuenta de que no podían. La cosa cambió en el descenso, en la típica carretera de montaña, nieve y tornanti. Se lanzaron los DSM de Bardet a tumba abierta. Y, sorpresa, Caruso se unió guiado por Bilbao, gran gregario, mejor bajador.
Los agitadores se juntaron con los supervivientes de la fuga e hicieron una grupeta maja para caminar en el valle hasta el Paso Spluga. Por detrás, Ineos quemó a Puccio y Moscon –Ganna se reservó para la crono de Milán– y se encontró con la inexplicable colaboración de un BikeExchange. Cuando la carretera se empinó, delante entró en juego Vervaeke, otro socio inesperado. La distancia creció hasta los 40 segundos, pero los granaderos nunca se pusieron nerviosos.
El ritmo de Storer, australiano al servicio de Bardet con mofletes y pinta de buen bebedor de cerveza, pero que sube como los ángeles, y Bilbao, de Gernika, tan duro como flaco, agotó a Moscon y Narváez. En la bajada, mojada y peligrosa, se animó Vlasov, pero Castroviejo cerró el hueco sin problema hasta que se dio cuenta de que faltaba alguien. Martínez cedió unos metros, pero se recuperó y la cosa no fue a mayores. El de Getxo lideró la persecución en el valle antes de finalizar su trabajo.
Se despidió Castro en las primeras rampas de la ascensión y, poco después, también Bilbao, amigos y rivales, pero el pulso entre los dos mejores del Giro se redujo a 900 metros en una subida de siete kilómetros. El súper gregario Martínez llevó a Bernal casi hasta la meta. No fue suficiente para robarle un gran triunfo a Caruso, siciliano de Ragusa, hijo del policía que escoltaba al juez Falcone, que empezó la carrera como hombre de confianza para Landa y va a terminar en el podio.
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