Egan Arley Bernal Gómez llora feliz en Campo Felice, una estación de invierno en el corazón de los Abruzos, a unos 120 kilómetros de Roma, donde se escapaba a esquiar el papa Juan Pablo II e incluso una pista lleva su nombre. Bernal ataca y aprieta los dientes en el sterrato, tan de moda en el ciclismo, un camino empinado sin asfaltar, como antaño. Por allí pasan los operarios con sus máquinas y ahora lo hacen los ciclistas, máquinas de sudor y vatios. Bernal gana la etapa y se viste la maglia rosa. Es el capo del Giro.
El colombiano, que antes de pasar a profesionales con el Androni italiano y de ganar el Tour en el año 19 se dio a conocer en el mountain bike cuando aún era juvenil, lanza a los granaderos de Ineos en otra etapa a toda mecha, de puertos tendidos, pero sin un metro llano. Dicen los expertos que es un terreno cómodo para ir a rueda, pero el capo Bernal ataca y lo rompe todo en pedazos. Pasa a los supervivientes de la fuga, cruza la meta en solitario y ni lo celebra. Se seca el sudor y las lágrimas, dice que no se lo cree y recuerda que es su primera victoria de etapa en una grande.
“Han pasado muchas cosas hasta llegar aquí, nadie sabe cuál ha sido el sacrificio que he tenido que hacer, pero ganar la etapa y estar de rosa lo compensa todo. Ha merecido la pena”, declara emocionado el ganador, que no olvida un 2020 para olvidar, lastrado por una lesión de espalda que le impidió defender su trono en el Tour ante los eslovenos Roglic y Pogacar. El Niño Maravilla está de vuelta.
Ya fue el más fuerte de los favoritos en las dos primeras llegadas duras del Giro: el día que atacó Landa en el Passerino y también en San Giacomo, contra el viento con Ciccone, Dan Martin y Evenepoel a su rueda. En Campo Felice llegó solo, como los campeones. Tappa e maglia, que dicen los italianos.
Las diferencias son escasas. A siete segundos entra Ciccone, otra vez entre los mejores, muy cerca de su casa, y Vlasov, el ruso que se forjó en Italia. A diez, Evenepoel, que sufre como un veterano en su primera carrera de tres semanas, y Dan Martin, sin punch en una llegada para puncheurs como él. Y a una docena, los demás aspirantes al podio: Caruso, Bardet, Formolo, Carthy, Simon Yates, Buchmann... Y entre ellos Marc Soler, la esperanza del ciclismo español tras la retirada de Landa y que sigue dispuesto a callar bocas.
Más atrás, el joven húngaro Attila Valter se despide de la maglia rosa cuando acelera Moscon, el último hombre de Bernal, un todoterreno con mucha clase, malas pulgas y unas cuantas polémicas a sus espaldas. En el Giro se debe a su líder y a un contrato por firmar. El colombiano le reconoce su trabajo cuando llega a la meta. Le besa la mano y sonríe, feliz.
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