Landa tiene algo de antihéroe, con su mirada triste y pintas de tío tranquilo, de levantarse a mediodía y jugar a la Play hasta la hora de la merienda, lo que hacen una buena parte de los españoles de su edad y que están en el paro. Él no, es un ciclista top, de los mejores escaladores en su generación, aunque los haters y los resultados le lleven la contraria. Quizá ese aspecto calmado, casi distraído, le haya jugado malas pasadas.
Mikel tiene algo de Pantani: su manera de atacar, cuando se levanta del sillín y se balancea agarrado a la parte baja del manillar, su forma inconformista y sin ataduras de entender el ciclismo y la pasión que despierta entre los aficionados. Por algo le apodan Landani. También les une la desgracia, a distinta escala.
La carrera del Pirata pasó del olimpo al patíbulo en sólo unos meses. En el 98 ganó el Giro y el Tour –nadie lo ha vuelto a hacer en un mismo año– y en el 99 lo expulsaron de la corsa rosa que ya tenía en el bolsillo por superar el máximo de hematocrito en sangre permitido. Nunca volvió a ser el mismo.
Pantani murió solo y atormentado, abandonado a las drogas, en una habitación de hotel en Rimini, ciudad de vacaciones con vistas al Adriático. Por allí pasó el pelotón, a toda mecha, camino de Cattolica, 24 kilómetros al sur, en una etapa insípida, totalmente plana y para velocistas. Y allí se apagaron las esperanzas de Landa, que se estampó a unos 4km de la llegada contra una señal. Se fracturó una clavícula y varias costillas. Adiós al Giro.
El ciclismo tiene estas cosas. Se juega en el estadio más grande del mundo. Y en él hay rotondas, isletas, bordillos, bolardos… Los peligros son para todos, pero sólo unos pocos repiten. El escalador alavés es de los segundos. Ya no es cuestión de azar. Parece que tiene imán para las desdichas. Su carrera es un drama.
En el año 15, el Giro de su explosión (3º), subía más que Contador, pero en su equipo mandaba Aru. En el 16 abandonó por enfermedad. En el 17 se dio un tortazo contra una moto que le alejó de la maglia rosa y se quedó a un segundo del podio en el Tour (4º), otra vez por las órdenes desde el coche. En el 18 y el 19 pagó las luchas internas de Movistar, la irrupción de Carapaz y, para variar, las caídas. En el Tour de la pandemia volvió rozar el cajón de París (4º).
Un día después de atacar en el Passerino, el primero entre los favoritos, y levantar otra vez a sus fieles, Landa dejó la carrera en ambulancia. En el esprint de Cattolica ganó Ewan, el cohete de bolsillo australiano que no falla en las grandes vueltas desde el Giro del 17. De Marchi sigue líder, pero no aguantará mucho.
La sexta etapa, con sólo 160 kilómetros pero unos 3500 metros de desnivel acumulado entre Grotte di Frasassi y Ascoli Piceno, guarda el primer final en alto de esta edición: San Giacomo, un primera con etiqueta de segunda (15,5km al 6,1% de pendiente media). ¿Quién atacará ahora que no está Landa?
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