Llueve sobre mojado, no es un buen día para salir de casa, pero los 183 supervivientes del Giro se montan en sus bicicletas, resignados. Visten ropa de invierno: perneras, manguitos, guantes, chalecos, chubasqueros... Y 25 locos aventureros se fugan camino de los Apeninos, primera jornada dura de la carrera, con unos 2500 metros de desnivel positivo y una subida final de cuatro kilómetros rondando el 10% de pendiente media, el Passerino, posible test para los favoritos.
Hace un día de perros, los ciclistas ruedan cabizbajos y sin muchas ganas de fiesta. En el pelotón controla el líder Ganna, que se descarta para la lucha por la maglia rosa y se pliega a la tarea de abnegado gregario para Bernal, auténtico líder de Ineos. Colaboran tímidamente el Astana de Vlasov y el Deceuninck de Evenepoel. La partida de cartas de la escapada empieza con la llegada de las dificultades, concentradas en los últimos 100 kilómetros. Y la diferencia con el pelotón se dispara: caen cinco, seis, siete, ocho, nueve minutos...
Entonces Landa, vasco de Murgia, a los pies del Gorbea, y que no necesita chubasquero, escruta las caras de sus rivales, arrugados por la lluvia que no cesa. Y pone a los suyos a caminar: Valls, un aguerrido gregario de Alicante castigado por las lesiones, Mohoric, todoterreno esloveno que baja como nadie, Mäder, prometedor escalador suizo que se descubrió en la Vuelta, Bilbao, lugarteniente de lujo y algo más, también vasco, de Gernika, y Caruso, vueltómano italiano de segunda fila y curtido en mil batallas...
Aceleran los soldados del Landismo (fe inquebrantable que profesa la hinchada del alavés) y destapan la debilidad de varios candidatos. Cede el portugués Almeida, que el año próximo no correrá en el Deceuninck, y su propio equipo exprime a Cavagna. Evenepoel manda, pero también sufre. Y Landa ataca.
Primera selección
La opción más fiable del ciclismo español para las grandes vueltas –le pese a quien le pese– se lanza con las manos sobre las manetas –no sale agarrado de abajo, ligera decepción entre sus fieles–, abre hueco y provoca la primera gran selección.
Responde Bernal, que cuando ganó el Tour con 23 años parecía llamado a marcar época y ahora se busca a sí mismo entre dolores y sinsabores. Y también llegan Vlasov, la promesa rusa que hace tres años ganó el Giro de los jóvenes, y Carthy, el junco inglés que conquistó el Angliru en la última Vuelta (3º). Hay que sumar a Ciccone, delfín de Nibali, que saltó un poco antes, libre de vigilancia.
La etapa no será para ellos. Cuando se mueve Landa ya atisba la meta el estadounidense Joe Dombrowski, un escalador que iba para figura cuando ganó el Giro Baby. Fichó por Sky, todavía era un chaval, pero salió de allí quemado, renació en Education First y, ahora, un día antes de su cumpleaños (30), conquista su primera etapa en una grande, también la primera victoria lejos de su país.
Dombrowski fue el más fuerte de la fuga, pero a 13 segundos entró Alessandro De Marchi, un veterano del Friuli (34 años) con mil y una fugas y algunas victorias de renombre, tres en la Vuelta, pero ninguna en el Giro (dos veces segundo), la carrera de todos los italianos, su carrera. "Llevo todo el día pensando en la maglia rosa", declara tras cruzar la línea de meta. Ya la tiene. Es el premio a su insistencia.
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