Me sabe mal por esas casi 24.000 personas que estuvieron apoyando desde el principio hasta el final, incluso con el 0-4”, se lamentó Óscar Gilsanz en sala de prensa tras al derrota contra el Mirandés.
Y es que en el peor partido del curso del Deportivo y en su, de momento, mayor goleada sufrida en Riazor no hubo silbidos. Ni tras cada gol ni al final del encuentro. Todos los reproches se los llevaron el árbitro y los jugadores del equipo visitante.
La historia empezó similar al jueves, pero acabó de forma muy diferente. Al igual que ante el Castellón la afición tardó en llegar a Riazor debido a los problemas de atasco en las entradas a la ciudad. No obstante, la afluencia fue mayor debido al horario del duelo y a las vacaciones de Navidad.
Con gorritos de Papá Noel e incluso imitando a árboles navideños la hinchada aspiraba a divertirse, como el día del Castellón. Pero Gilsanz ya había avisado que esperaba un partido muy diferente y vaya si lo fue. Bramaba la afición con el penalti pitado en contra, una inocente mano de Mario Soriano. Temblaba el templo con el ensordecedor ruido que el respetable dedicaba a Izeta, el lanzador desde los once metros. No le temblaba el pie y el balón entraba, a pesar de que Helton lo llegaba a tocar.
Una diana que no bajaba la moral de la grada, que persistía en sus ánimos. Los goles en contra seguirían cayendo, pero la afición resistía los envites mejor que el equipo. Todas las iras iban dirigidas hacia el colegiado y los jugadores del Mirandés y sus continuas pérdidas de tiempo. Porque el árbitro, de infausto recuerdo para la parroquia blanquiazul por ser el encargado de impartir justicia en aquella final de playoff perdida contra el Albacete, era el blanco de las críticas de una hinchada. Esta entendía que permitía mucho juego duro por parte de los visitantes.
Cuando los ejecutores de las faltas eran los locales el criterio semejaba menos permisivo, pensaba el respetable que se desgañitaba con cada decisión no compartida. Apenas se acercaba el Dépor a los dominios del Mirandés para creer en la remontada. Con el tercero en contra, no obstante, había algunos que no querían ver más y abandonaban Riazor de forma prematura.
Demasiado castigo ver cómo se desangraba el Dépor en el último partido de 2024. Y pese al chaparrón con la goleada en contra, cero reproches de la hinchada.