OPINIÓN | La realidad supera a la ficción
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OPINIÓN | La realidad supera a la ficción

OPINIÓN | La realidad supera a la ficción
Óscar Gilsanz, entrenador del Dépor, mira al cielo de Tenerife | FERNANDO FERNÁNDEZ

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Los países, las regiones y sus gentes son caricaturizadas por algo. Todo tiene una razón, una explicación, ya sea histórica o genética. España, la de hoy y de toda la vida, no es menos. En cada esquina de la piel de toro tenemos un matiz, una singularidad y unas diferencias con respecto al vecino, pero nadie puede negar que, en su esencia, da igual catalán que gallego, andaluz que navarro, balear que canario, extremeño que aragonés. España y los españoles han organizado la Expo de 1992 y los Juegos Olímpicos de Barcelona, superado por fin los cuartos de final de los torneos internacionales de fútbol, ganado Oscars de Hollywood y premios Nobel e incluso enviado satélites al espacio, pero han conservado su ADN, ejemplificado en la charanga y la pandereta; los pícaros –hoy en día más conocidos como listillos– y todólogos –también llamados cuñados–. Y los oportunistas, los que hoy están y mañana no.

 

En el grupo de estos últimos –y en alguno más— están los creadores del esperpento de este domingo en Santa Cruz de Tenerife. La calma en la capital tinerfeña se mantuvo hasta pasada la medianoche –el partido debía finalizar sobre las once–, aunque los vientos azotaban gran parte de la isla. Curioso, desde luego. Los aficionados locales se defienden afirmando que hay muchos seguidores del ‘Tete’ a lo largo y ancho de toda isla, que en esas condiciones no se podían desplazar hasta la capital. Si entramos a valorar esas vicisitudes, seguramente habría que suspender muchos partidos de todos los deportes. Todos los clubes de primer nivel, Dépor incluido, cuentan con hinchas de fuera de su propia comarca que pueden verse afectados por un clima –léase, heladas y nieve de Guitiriz, Irixoa y Sobrado– ligeramente distinto al de la ciudad pese a su cercanía.

 

Volvamos a los ‘suspendedores’. El Cabildo de Tenerife –o lo que es lo mismo, el gobierno de toda la isla– cancela, ante una previsión meteorológica que habla de vientos de hasta 120 kilómetros por hora, toda actividad al aire libre e incluso cierra los colegios este lunes. El partido no se juega y los niños no van a clase. Nada de esto resultaría extraño, pero el equipo de Pepe Mel, sin embargo, entrenó en la mañana del lunes en el Heliodoro Rodríguez López. O sea, que si el viento se lleva a tres futbolistas del Tenerife no pasa nada. Otra cosa es que se lleve a cincuenta espectadores. ¿Tiene sentido todo esto? Sí, al menos en los cerebros de unos servidores públicos cuya única intención es lavarse las manos esgrimiendo como única razón que todavía hay cuerpos desaparecidos de recientes desastres.

 

Las molestias y pérdidas causadas a un club de fútbol que tiene que desplazarse con más de treinta personas durante dos días a más de 2.000 kilómetros no cuentan. Quizá para las arcas deportivistas no suponga gran cosa tirar por el retrete 25.000 o 30.000 euros en un viaje ‘para nada’. Para quien sí supone mucho es para los centenares de aficionados blanquiazules –alrededor de 700– que únicamente van a poder recuperar el dinero de la entrada. Durante el día del reciente Dépor-Sporting en Riazor –hay que matizar que la DANA ya había arrasado los pueblos de los alrededores de Valencia casi un mes antes– había alerta roja en el mar y naranja en A Coruña por fuertes vientos. Por la calle, dependiendo de la zona, soplaba una barbaridad. Dentro del estadio, en el terreno de juego, apenas se notaba. Había varios miles de gijoneses en la ciudad. Se jugó. No pasó nada. Igual que el Dépor-Tenerife del gol de Peru, hace cinco años, al que las autoridades recomendaron no acudir a quien tuviese que hacerlo por carretera debido a un temporal.

 

Después de, en mi sábado libre, ver del tirón 1992, nueva –e imprescindible– serie de Netflix, veinticuatro horas después me vi obligado a presenciar atónito un capítulo más de la realidad de este país, que nunca deja de superar incluso a la ficción más realista.

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