Dediqué parte de la tarde del lunes a trastear en el archivo gráfico del DXT, algo así como sumergirse en un parque de bolas para alguien que vincula gran parte de sus recuerdos a la evolución del deporte coruñés en las últimas tres décadas. Cada carpeta que se abre en un archivo tan maravilloso es una idea, cada idea es una vivencia por la que se ha transitado, una emoción. Asumido el riesgo de que Lucía Dávila me llame boomer me entrego a la nostalgia y reparo una vez más en que recordar es no dejar de vivir.
Todos nos sentimos aún más deportivistas cuando hablamos, repasamos o aludimos a pasajes que vivimos de la mano de nuestro equipo. El fútbol, aunque se juegue mal, tiene la capacidad de llevarnos a una dimensión emocional que trasciende a su mera práctica. Y entregarnos a esa saudade resulta placentero. Con matices: el Deportivo, su entorno, cae en más ocasiones de lo deseado en un peligroso entreguismo al pasado para emplearlo como percutor que martillea presente y futuro. Cuidar esa deriva es importante porque es más que probable que el club jamás vuelva a situarse al nivel balompédico en el que estaba en el inicio de este siglo. Hay que convivir con ello y tratar de que, en ese caso, el pasado sea gasolina que propulse, no una pesada carga.
Este domingo el fondo de Marathón se revistió con un mural que entroncaba con los albores del club, así que mucha gente se preguntó que era eso del Corralón. En la edición en papel y digital del DXT de hoy ya contesta a esas dudas Lois Novo, autoridad en la materia, así que poco más que decir. Pero sobre los sentimientos que me generan este revival puedo explayarme. Creo que un club, en definitiva cualquier tipo de sociedad, solo puede crecer y fortalecerse a partir del conocimiento de su pasado. Entender lo que ha sido el Deportivo durante 118 años es también realizar un ejercicio para comprender lo que significa nuestra ciudad, lo que somos todos los que la componemos o la sentimos. Y es el camino para abrirse al cariño y el apoyo de tantos deportivistas de fuera de Coruña que acaban abrazando un credo que aquellos indómitos del Corralón nunca pudieron imaginar que iba a florecer más allá de lo que hoy son las torres de San Diego.
El Deportivo acaricia desde hace alrededor de diez años un proyecto para poner a disposición de todos un museo que explique su centenario tránsito. Durante los últimos años se ha trabajado con detalle y mimo para recopilar información, objetos y documentación. A quien tenga dudas sobre el valor de este trabajo (aquello de que el dinero tiene que estar en el campo, pero elevado a la máxima potencia demagógica) le invito a visitar templos como el museo del FC Porto, el gran sueño de Jorge Nuno Pinto da Costa en los bajos de O Dragao. No hace falta ir mucho más lejos (más cerca tampoco hay mucho más que ver) para entender lo que aportan iniciativas así. Y para colegir que una casa que honre nuestra memoria debe construirse desde el sentimiento y de tal manera que incluso un forastero, como me ocurre cada vez que voy a O Dragao, llegue a emocionarse al recorrerla.
Y ahí sí, cuando el club mire hacia atrás encontrará más que nunca el vigor preciso para impulsar su futuro como lo hacemos cuando imaginamos a los intrépidos del Corralón o, sin ir tan atrás en el tiempo, abrimos una carpeta con decenas de fotos que rejuvenecen nuestro deportivismo.