De niño, desde Especial Niños, quería ser como Albistegui. Sí, antes del aterrizaje de las estrellas del SuperDépor, de los Bebeto, Mauro Silva, Aldana o Nando, era el espejo en el que se miraba este pequeño mediocentro de los infantiles del Atlético Castros.
Echar la mirada atrás, hacia los primeros ídolos, los primeros héroes, es una buena manera de encontrarse con uno mismo. Y la mejor forma de darle valor al camino recorrido a posteriori. Esto último no hace falta repetirlo, que está muy repetido. Sí hay que repetir que veníamos de donde veníamos, de casi dos décadas sin pisar la Primera División. Algunos de aquellos jugadores marcaron a los deportivistas de mi generación, que afortunadamente seguimos siendo muchos. E incluso de las anteriores.
El futbolista eibarrés fue un ejemplo de polivalencia, de sacrificio y de efectividad. Era principalmente, un defensa central con buena salida de balón para lo que se estilaba en aquellos tiempos de campos embarrados y pocas ganas de complicarse con la pelota en los pies. Su correr desgarbado, piernas flacas y rodillas hacia dentro, era un tanto engañoso. Albistegui, desde luego, era muchísimo más efectivo que estético. En el fútbol de su época, de plantillas mucho más escasas de efectivos que las actuales, se erigía en una importante arma por su polivalencia. Arsenio lo utilizó en ocasiones en el lateral derecho. También ocupó en algunos partidos la posición de mediocentro. Siempre rindió. Además, su fenomenal golpeo le proporcionaba otra virtud: el juego a balón parado. Era un buen lanzador de faltas –inolvidable su maravilloso gol sobre la bocina en El Molinón– e infalible desde el punto de penalti.