La vida misma está marcada por momentos que lo cambian todo. Muchos de ellos tienen que ver con la suerte. El deporte, y especialmente el fútbol, también está condicionado por esa circunstancia. En el balompié, no siempre gana el mejor. No existe justicia que valga. Y aunque la calidad se suele imponer, hay decenas de ejemplos cada fin de semana que dicen lo contrario. El fútbol es tan caprichoso, que cuando menos lo esperas, te da una sorpresa. De esa manera se puede enmarcar la trascendental victoria del Deportivo ante el Eibar. Un duelo de los más discretos de la temporada, pero en el que el resultado fue diferente a lo habitual. Riazor terminó celebrando un gol que permite a los blanquiazules dar una bocanada de aire fresco que lo puede cambiar todo. Cuando ya se masticaba el empate, llegó la victoria. Ver para creer.
Y a nadie se le escapa que las dinámicas impulsan a los equipos. Una victoria te acerca más a la siguiente. Un triunfo anima a los jugadores, técnicos y afición. Un gol, el de Mario Soriano, que lo puede cambiar todo. Es cierto que todavía hay un déficit enorme en Riazor, pero la primera piedra está puesta en la obra que dirige Óscar Gilsanz.
Es difícil de explicar lo ocurrido el lunes en el estadio. El Depor de siempre, tan vistoso como frágil, volvió a mostrar su tijera con la punta roma, como las del cole. En los metros finales, como viene siendo habitual, al Dépor se le hizo de noche. Ocasiones falladas por Mella y falta de definición de Barbero acabaron revelando una foto que ya conocíamos. La del Dépor de Idiakez era muy similar... En el área rival, el Eibar llegó a cuentagotas, pero provocó intervenciones de mérito de Helton y un larguero que dejó temblando a Riazor. Como con Imanol. El azar, combinado con un golpeo magistral de Mario Soriano (qué partido cuajó el tío), dejaron los tres puntos en casa y colocaron un inmaculado estreno de Óscar Gilsanz en su casa. Y si a esto le sumas un portero que para... todo encaja.
Pero las similitudes no deben ocultar una realidad. Con Óscar, el Dépor se hace con un técnico coherente, sensato, y que no pulsó el botón de reset con el trabajo previo de Imanol Idiakez. Por convicción y por inteligencia, esa es también la forma de ganarse el vestuario. La carrera de Gilsanz, al igual que lo visto el lunes, está marcada por decisiones sensatas apoyadas en un estudio brutal del juego. Gilsanz es un loco del fútbol. Desde el laboratorio que es su casa, donde desde hace años recopila datos e informes; hasta los entrenamientos, el míster se gana a sus jugadores exigiendo y dando mesura. Pero a Gilsanz también le impulsó ese duende. La combinación de su valía y la buena suerte lo llevaron a dirigir al primer equipo del Dépor. Como la vida misma. Es necesario estar capacitado, estar el el momento justo y tener fortuna. Y Óscar cumple todos esos parámetros. No suena mal para el futuro del Dépor.