Dice Juan Copa que cuando era adolescente se escapaba de clase algunos días porque por de siete a nueve de la tarde, antes de su entrenamiento con el Dominicos en el Palacio de los Deportes de Riazor, era el turno del Liceo. “Era un espectáculo ver a ese equipo de Pujalte, Alabart, Martinazzo, Roldán, Huelves... Me ponía ahí en la grada”, señala desde el centro de la pista que desde hace ocho años es su segunda casa, “veía los entrenamientos y alucinaba”. El jefe de todo aquello era Andrés Caramés. “Un mito”, le describe el técnico coruñés. Un mito al que el domingo igualó en número de partidos en el banquillo verdiblanco: 296. Y mañana en Trissino, en el debut en la Champions, le superará. “La verdad es que estoy tan contento del primer partido, como del 50, del 100 o del 296 del domingo, que fue uno de esos días que como entrenador no te pasa muchas veces, cuando ves que todo el equipo, los 10, participan en una victoria coral frente a un buen equipo y en una semana muy importante para nosotros”, resume. Agradece también a quienes le ayudaron a cumplir su sueño, desde directivos a staff y jugadores. “Alguien te tiene que dar el empujón y después tú ganarte el puesto” Y él se ha hecho un hueco en la historia.
Ya es segundo de la del Liceo. “Pasar a una leyenda como fue Andrés aquí, con todo lo que ganó, la verdad que me pone muy contento”, reconoce. “Con él había mucho trabajo, mucha repetición, muchas situaciones que yo creo que aún hay que recuperar”, dice sobre uno de sus predecesores y cuenta la anécdota de que cuando sacaba los sillines, los jugadores se echaban a temblar. “Es algo que los entrenadores tenemos que seguir mirando porque él para mí fue un pionero. No tenía los medios y materiales de ahora, con estos conos y pilonas que tenemos, entonces cogía los sillines y los ponía allí a trabajar movimientos y rotaciones. Y así jugaba después el equipo”, dice. Y en eso, se ríe, se parecen: “A mí también me pasa un poco que cuando Dava, que lleva toda la vida conmigo, me ve con patines y pilones dice: Hoy aquí hay táctica”.
Pero no son sus únicos recuerdos del entrenador asturiano, que antes de llegar a A Coruña había hecho historia ganando la Copa del Rey con el Cibeles (1980), que en sus ocho años en el Liceo sumó 19 títulos, que también fue seleccionador nacional y fisioterapeuta del Deportivo y que falleció en 2003. “Guardo la imagen de que cuando acababa el partido que ganaba, que ganaba mucho, se iba corriendo al vestuario”. Después, ya lo llegó a conocer a nivel personal. “La verdad que tuvimos una relación muy buena. Me ayudó en su momento a nivel personal cuando yo fiché por el Cibeles, fue el que me ayudó, me habló de un proyecto que estaban haciendo en Oviedo. Y me fui para allí, que tenía ganas de buscar esa experiencia, de jugar minutos, que yo era muy joven”, recuerda.
296 partidos con el Liceo. 287 desde que en la temporada 2017-18 tomó las riendas del equipo. Más nueve del final del curso 2005-06, cuando sustituyó a Paco González ante la deriva en picado de los verdiblancos. También ahí el destino le tenía preparada otra de esas curiosas casualidades. Se estrenó contra el Vilanova, en una situación muy delicada, pues veían de cerca el descenso, y en un partido que los coruñeses tenían que ganar sí o sí. Pero él tenía un ojo en la pista y otro en la grada, donde Begoña, su mujer, salía de cuentas de su embarazo. Al final la noticia solo fue deportiva, con la victoria por 4-3 y solo cuatro días después nacía su hijo Jacobo al que, pasados 18 años, tiene a sus órdenes. “Siempre andamos de broma diciendo que pudo haber nacido aquí”. Destino. Y mucho trabajo. “Él está en el Liceo porque se lo ha ganado, porque ha trabajado como nadie para intentar llegar hasta aquí, y eso lo sé como padre. El hecho de que estemos los dos, me retroalimenta un poquito más, me da un poquito más de energía también. Siempre pensé que él iba a llegar, porque llevaba una buena trayectoria, pero yo pensé que el que ya no iba a estar aquí iba a ser yo”, sonríe, “se han dado las dos cosas, y la verdad que lo único que puedo hacer es disfrutarlo”.
Y ese es uno de sus principales objetivos en este momento. “Muchas veces les digo a los jugadores en las charlas, que les doy muchas charlas y les comento que este color de pelo no se puede comprar en ningún sitio, porque es de aquí, de la experiencia, de los años, de cosas que han pasado. Intento estar más tranquilo, intento focalizar más en el trabajo en sí. A veces lo consigo, a veces no, porque tengo un carácter especial”, reflexiona. “Así que estoy intentando estar un poco más tranquilo. Es algo que me he propuesto”, apunta. Como también disfrutar de cada momento. “De cada día que vengo aquí, de cada sesión, de cada partido, de cada viaje que hacemos con el equipo, del trabajo que hacemos todo el staff... Porque cuando ya llevas tanto tiempo, lógicamente no sabes cuándo va a llegar el momento de cambiar o de parar, nunca se sabe”, deja la incógnita. “Yo me encuentro muy bien en todos los aspectos, físicamente y mentalmente. Ser entrenador del Liceo creo que es maravilloso”.
Lo ha sido en 296 partidos y cuatro títulos: una Liga, una Copa del Rey y dos Supercopas de España. 296 partidos y 198 victorias, un porcentaje del 66,8%; 24 empates (8,1%) y 74 derrotas (25%). La Liga sigue siendo la competición que se le da mejor, con 169 triunfos (71,9%), 16 empates (6,8%) y 50 empates (21,2%). A estos les suma los 124 que dirigió al Cerceda (“un trampolín, sin el Cerceda tengo claro que no estaría aquí”) en la máxima categoría para un total de 420. Aunque aún lejos de los 815 de Carlos Gil, que estuvo 27 temporadas en el club, siete como jugador y veinte como entrenadores repartidas en cuatro etapas de dos, cinco, cinco y ocho cursos. “La leyenda ya son palabras mayores”, señala, “porque Carlos Gil es la leyenda; Carlos Gil es el Liceo, es el que después cambió la metodología del juego y era un espectáculo ver a su equipo”, comenta sobre el entrenador al que relevó en el banquillo.
“Son muchos partidos, y es cierto que estuvo mucho tiempo, que además lo hizo en varias etapas, y yo de momento estoy en una etapa muy lineal. No sé el futuro qué me va a deparar, pero bueno, hablar de Carlos Gil es hablar seguramente de los mejores entrenadores del mundo, y ojalá no llegar a esa cifra, pero sí intentar que el día que no esté aquí, se me pueda recordar como uno de los grandes”, desea. “Lo que sí tengo claro es que es mi vida, es decir, el hockey para mí, aparte de que sea mi profesión, que ya es difícil y pocos banquillos te lo pueden permitir, es un estilo de vida y creo que me quedan muchos años por entrenar”, vaticina.
Copa, cierra los ojos, y sopla las velas con el 2, el 9 y el 6 de sus partidos. Está pidiendo un deseo. “No lo puedo decir porque no se cumple, pero evidentemente va enfocado en el plano deportivo, porque estamos trabajando en un proyecto nuevo, nos hemos empeñado en querer volver a hacer un ciclo ganador, porque ya lo hicimos, y aunque hubo un momento delicado en el club, Dava, César y yo apostamos por seguir, porque queríamos volver a ganar. Creo que vamos en la dirección correcta y eso es lo que me pone muy tranquilo”. Cierra los ojos y sueña.