Del “¡Torres cruza la pierna!” que le gritaba a Dava Torres su primer entrenador, Dago Moll, en el galpón del patio del Santa María del Mar a su décima temporada en el Liceo, la sexta como capitán, en la que acaba de situarse como el sexto máximo goleador de la historia del club al llegar a la cifra de 266 tantos y superar a otro que lució con poder, carácter y gloria el brazalete, Facundo Salinas, que se quedó en 265 en once campañas. “Yo era defensa”, alega el argentino, siempre competitivo, “pero me alegro muchísimo de que a Dava le vaya así de bien porque eso significa que le va bien al Liceo”. “Hay que subir más”, dice Torres, ambicioso, pensando ya en los que le preceden en el ránking, Roberto Roldán (285) y Fernando Pujalte (300). “Voy a por ellos, sobre todo a por Fernando, que fue mi entrenador en el Vic”, bromea. “Yo es que me dedicaba a generar juego y a defender, no solo a atacar”, le sigue el juego el exjugador liceísta. Dava Torres sigue haciendo historia.
“Voy a tener que cambiar el ritmo goleador de la temporada”, reconoce el coruñés sobre los problemas de cara a portería del Liceo en este inicio de curso. “Cuando generas las ocasiones, es cuestión de tiempo que las metas. El problema es no generarlas. Cuando las estás generando, lo estás haciendo bien, y lo que te falla es el punto de mira. Yo tengo la confianza de no haber perdido la puntería de un día para otro”, dice. “Gol hay de sobra. Tenemos une equipo muy ofensivo y da la casualidad que justo este año no está costando marcar goles”, apunta.
Torres terminó el año anterior con 264 goles. Con el que marcó en la Supercopa contra el Barça, igualó los 265 de Facundo y al marcar contra el Lleida, rebasó a uno de los auténticos mitos de la historia. “Creo que todos los niños de mi generación lo idolatramos en algún momento”, dice sobre el de Mendoza. “El primer recuerdo vivo que tengo de hockey, dejando de lado el equipo de mi hermano, es el de Facu siendo el capitán del Liceo que ganó la Champions en Coruña”, rememora sobre el título continental de 2003. “Yo tendría unos nueve años”. Y esa imagen del capitán verdiblanco levantando la copa hacia el techo del Palacio de los Deportes de Riazor le acompañó durante mucho tiempo: “Esa Champions en Coruña ha sido siempre el ‘yo quiero vivir eso’. Me acuerdo de pequeño imaginándome levantado una copa en casa. Y después César y yo tuvimos la suerte de emularle (en la Copa del Rey de 2021)”.
“Es que fue un éxtasis”, reconoce el propio Salinas. “Fueron dos partidazos contra Barça e Igualada, con dos prórrogas, con penaltis... Una lucha titánica de la que salimos vencedores. Nadie se puede imaginar qué significó. Porque venía de una lesión muy dura, volví quince días antes, jugué infiltrado, con dolor... Pero jugué y tuve la suerte de marcar el penalti decisivo”, añade. Lo recuerda tan bien como si hubiese pasado ayer. “La vida está llena de momentos”, reflexiona, “y yo ese lo tengo muy presente: No oía nada, pero absolutamente nada, tiré el penalti y cuando vi moverse la red, ya escuché la explosión de gritos de la grada y vi a mi familia en una esquina antes de que se me tiraran todos los compañeros encima”.
Un momento que marcó al futuro capitán del Liceo y del que el argentino sacó una conclusión para el deporte y para la vida. “Me gusta decirle a la gente joven que no hay nada imposible. Partiendo de la base que solo uno puede ser campeón, ese campeón puedes ser tú con lucha y trabajo, sacrificando mucho y con un equipo que siente y piensa igual que tú, todos remando en la misma dirección”, alienta. Un espíritu muy de ese ADN verdiblanco del que se habla una y otra vez. “El Palacio era una Bombonera y nosotros sentíamos que a nuestra gente no se le podía fallar. Y no le fallábamos”, recuerda.
Ahora tanto Torres como César Carballeira, por el que Salinas no oculta una debilidad particular (“es un jugadorazo, me alegré mucho por su título Mundial, aunque le ganara a Argentina”) heredan esa genética verdiblanca. “Dava y César son de aquí. Yo no, pero defendí la camiseta como si hubiera nacido con ella. Estuve en otros sitios y me trataron muy bien. Pero la del Liceo es mi camiseta. Entre todos transmitimos ese amor por ella. Y el que no lo entendió, duró un año. Este es un club grande, pero muy grande. Si vas a Sevilla, te conocen. Si vas a Cataluña, te odian. El Liceo es el hockey. Entre todos lo hemos hecho grande”, sentencia.
Dava Torres entendió a la perfección la responsabilidad y la historia de esa camiseta, unos valores, una forma de entender el hockey, que en el vestuario verdiblanco se transmite de generación en generación y que él aprendió cuando llegó de veteranos como Josep Lamas y Jordi Bargalló, como ellos lo hicieron antes de otros, en su caso Facundo Salinas, y así sucesivamente. A Torres no le hizo falta, como a Carballeira, O Neno do Cole, haber pasado por el colegio liceísta, formándose en otra afamada escuela de la ciudad, la de Santa María del Mar.
“Lo recuerdo como un niño que le encantaba el hockey. En su equipo era el que más destacaba y el que más entrenaba. Se quedaba más tiempo que los demás, lo iba a recoger su padre Vicente más tarde y nos quedábamos él y yo. Y también era de los que más caso hacía”, echa la vista atrás Dago Moll, el que le enseñó a patinar, que fue su primer entrenador y que comparte nombre con su padre, el mito deportivista Dagoberto Moll, y que precisamente es tío del que ahora es compañero de Torres en el Liceo, Pablo Cancela.
Dago Moll: “Era un niño al que le encantaba el hockey, era el que entrenaba más y el que hacía más caso”
De la etapa colegial, el coruñés pasó a la cantera verdiblanca, donde se puso a las órdenes de su hermano Tito. Ya más tarde dio el salto al Cerceda, con Juan Copa, y de ahí, a su aventura fuera de casa, el Vic (2014-15), donde le entrenó precisamente Fernando Pujalte, al que aspira a atrapar próximamente. “Lo recuerdo como un chaval joven con mucha ilusión. A mí me encajaba en el equipo porque me gusta incorporar a las plantillas a gente joven para ayudarles a crecer. Y él tenía esa ilusión”, comenta el exjugador liceísta, que en siete temporadas en A Coruña marcó 300 goles y ganó 18 títulos.
Fernando Pujalte: “En Vic terminó siendo diferencial; es una alegría que haya triunfado en casa”
Pujalte recuerda también que el coruñés sufrió con el proceso de adaptación. “Llegó a un grupo consolidado. Y el Vic hacía un hockey diferente a lo que estaba acostumbrado”, valora. “Yo le pedía que fuera solvente en el juego, le ayudaba a entender el equilibrio necesario de ser bueno en todas las partes de la pista. Fue nuestro caballo de batalla los primeros meses. Al principio no tuvo muchos minutos”. Pero Torres se los ganó a pulso. “Es un tío espabilado. Entendió lo que yo le pedía y lo que el equipo necesitaba. Y terminó siendo diferencial”, analiza.
Y siempre marcaba cuando se cruzaba con los verdiblancos (yo lo había hecho con el Cerceda, como el decisivo 5-4 que supuso la primera derrota liceísta en un derbi coruñés en máxima categoría); lo que acabó derivando en una llamada para volver a casa. “Es una alegría que haya triunfado en su casa y sea un jugador tan importante para el Liceo”, admite Pujalte. Dava echa cuentas. “Si no me equipo, por delante tengo a Martinazzo, Bargalló, Lamas, Pujaltey Roldán. Me atrevo a retarles”. Por lo menos a los dos últimos, porque el podio parece palabras mayores: Josep Lamas (510), Jordi Bargalló (515) y como primero, el gran mito de Daniel Martinazzo (661). “Es que a Daniel le dabas un melón y lo metía para adentro”, bromea Pujalte.