María Varela / Pablo Zaballa
Como si fuera una forma de cerrar el círculo, justo el día en que Damián Ramos (A Coruña, 1986) llegue a París para disputar los Juegos Paralímpicos, se cumplirán diez años del accidente que le cambió para siempre. El destino es así. “Cuando cierras una puerta, se abre una ventana”, dice el paraciclista coruñés. Aquel 24 de agosto de 2014 pudo no haber salido del Pico Polonica, en León, donde participaba en el raid Picos de Europa. Tres guardias civiles, de hecho, murieron mientras intentaban sacarle de la montaña.
Damián no sólo sobrevivió a una caída inicial de 30 metros y a una noche a la intemperie mientras perdía mucha sangre por una fractura abierta de tibia, sino que esquivó el choque del helicóptero que se precipitó al vacío, donde viajaban sus rescatadores. La vida le dio una segunda oportunidad y optó por la “resiliencia” en vez de la resignación. Su tobillo derecho quedó destrozado y perdió la movilidad. “Si me dieran una moneda por cada vez que lloré...”. Tardó tres años en recuperarse y siete después “no daría marcha atrás”. Ha llegado al destino final. De Londres 2012, en piragüismo, se quedó a un segundo. París ya no se le escapa.
La bici fue la tabla de salvación para Damián. “Siempre me gustó el ciclismo, se me daba mucho mejor que el piragüismo. Cuando llegué a Pontevedra [estuvo becado en el Centro Galego de Tecnificación Deportiva], el médico me dijo: ‘No sé qué haces aquí, te has equivocado de deporte’. Siempre tuve muy buenos valores en consumo de oxígeno y resistencia, no tanto en fuerza y explosividad. Cuando entrenábamos en bici era el que más destacada, pero me ponían a levantar pesas con Teresa Portela”, ríe el coruñés.
Ramos no ha vuelto a subirse a una canoa desde que dejó la selección española: “Empecé porque mi madre [Soledad] nos apuntó a mi hermano y a mí en un cursillo de verano en As Xubias. Me gustaba mucho, pero ahora no tocaría una piragua nunca más. Me lo ofrecieron después del accidente y estoy seguro de que tendría posibilidades también en los Juegos, pero no lo haría bajo ningún concepto, me aburre mucho. En cambio, nunca dejaré la bicicleta”.
Damián empezó en el ciclismo durante la rehabilitación y ya no se baja del sillín –“no hay día que no la toque, para rodar o para arreglar algo”, confiesa–, primero como afición y desde 2017 en competición. “Me encanta porque es un deporte que tiene un componente social y de ocio: en las salidas con la grupeta puedo hablar con los amigos y nos paramos a tomar un café. También me sirve para conocer otros lugares. En bici puedo hacer seis horas, pero media hora caminando me machaca”, comenta el ciclista del club Louriña, que ha participado en todas las grandes marchas cicloturistas de renombre en España y también ha ido de ruta por los Alpes. Su sueño sería hacer la Maratona de los Dolomitas.
Antes tiene una cita en París. La puerta de los Juegos se abrió este año con su victoria en la general de la Copa del Mundo de paraciclismo en carretera, dos oros contrarreloj y otros dos bronces en ruta, medallas que sumó al título europeo contra el crono del año pasado, además de otro bronce en línea. “Supe que iba a ir a los Juegos cuando gané la contrarreloj en Oostende [Bélgica, segunda parada del circuito mundial]. Ese día me eché a llorar y aún me emociono por el hecho de haberme esforzado tanto y darme cuenta de que no estaba equivocado. Yo valía para ir a unos Juegos, no estaba equivocado”, se sincera con los ojos vidriosos.
Sólo le falta la gloria olímpica, más que un objetivo, una obligación, desde lo más alto del Comité Paralímpico hasta el propio Damián, pasando por el seleccionador del equipo nacional, el exprofesional Félix García Casas: “Me dijo que volver a casa sin una medalla es un fracaso. El cuarto puesto no vale para nada. En los Juegos sólo importa la medalla. Y para quien te paga la beca, también. Si haces cuarto no hay dinero”, asume el coruñés, que centra todas sus opciones en la prueba individual, el 4 de septiembre. Antes disputará la persecución individual en pista (31 de agosto) y después la ruta (6 de septiembre).
Ramos ultimará su preparación en casa –”es donde mejor entreno”, desvela–, en la carretera de Curtis a Montesalgueiro, un tramo frecuentado por ciclistas, con muchos kilómetros de llano y escaso tráfico de vehículos. “Suelo ir con el pinganillo y mi entrenador va detrás dándome indicaciones en el coche para acostumbrarme a meter la cabeza entre los codos y no levantarla. Se trata de practicar la postura, muy incómoda porque voy súper agachado y casi no tengo espacio para respirar, y simular qué velocidad media puedo hacer”.
El coruñés se entrena unas 28 horas semanales en la carretera, pero en sus planes está reducir el tiempo a la mitad, las 13 o 14 horas que necesita para preparar la persecución individual en pista. “Empecé en el velódromo hace solo dos años porque tengo a los mismos rivales que en la contrarreloj. Después de los Juegos voy a abandonar un poco la carretera y dedicarme más a la pista”.
“Ya no soy un niño y no sé si aguantaría otro año más entrenando tantas horas, he sacrificado muchas cosas y el deporte de alto nivel no es sano. Mi madre dice que lo deje cuanto antes porque me ve todo el día cansado, destrozado”, revela Damián, que a sus 38 años tiene otras prioridades vitales, aunque no descarta apostar por la pista para el próximo ciclo olímpico con destino en Los Ángeles 2028. Para entrenar cuenta con una bicicleta de 20.000 euros que le presta la Federación, pero se tiene que desplazar hasta la localidad portuguesa de Anadia (Aveiro), donde puede disfrutar del velódromo con pista de madera.
De su casa en Oleiros a su habitual lugar de entrenamiento en pista le separan unos 400 kilómetros por carretera. “En Galicia no hay un velódromo ni se le espera. Dicen que no hay demanda, pero eso no es así. Primero pones el velódromo y luego aparecerán los niños. Además, con lo que llueve aquí, ¿dónde van a estar más seguros que en un velódromo? Es una infraestructura multiusos que se puede usar para muchas más cosas. Y en el ciclismo no hay mejor lugar para que los niños aprendan a ir a rueda o dar relevos. En el resto de Europa hay velódromos en todas partes, pero está muy relacionado con la cultura deportiva”, reivindica el campeón continental.
Antes de pasarse al óvalo, Damián tiene una cita con la contrarreloj individual, el podio de París y un viejo anhelo. “Tengo unas ganas inmensas de tatuarme los aros olímpicos. Estaba tentado a hacérmelo ya pero me frenó mi novia. Nadie se lo pone si no va a los Juegos. Es un recuerdo para siempre porque el 4 de septiembre va a ser el día más importante de mi vida, seguro”. Diez años después de volver a nacer, no cambiaría nada. “Tuve muchas pesadillas, pero ahora no daría marcha atrás. Hoy pediría otro deseo”, zanja. El oro olímpico.