El serbio Novak Djokovic, número 1 del mundo, sobrevivió a un bache físico que le hizo perder el primer set contra el neerlandés Tallon Griekspoor, 23 del ránking, en segunda ronda del Masters 1.000 de París, venció por 4-6, 7-6 (2) y 6-4, y se clasificó para unos cuartos de final por décima vez esta campaña.
El susto fue mayúsculo para el serbio, que dejó una imagen pobre, desdibujada en una pista donde ha levantado seis trofeos y ganado más partidos que nadie, pero este último lo hizo más por galones que por el juego desplegado.
Y no tanto por las dificultades del rival, que hasta este torneo solo sumaba un partido ganado en Masters 1.000 y que solo cuenta con dos títulos menores en sus vitrinas.
Pero durante unos minutos zarandeó a un desangelado Djokovic, que estuvo contra las cuerdas, pero al que no supo rematar, pecado capital contra el serbio.
En este final de una temporada tan peculiar su estrategia de dosificar fuerzas estuvo a punto de jugarle una mala pasada. A sus 36 años selecciona los torneos, pero no por ello está a salvo de problemas físicos o bajadas de rendimiento.
Pero su calidad es tanta que le bastó para alcanzar los cuartos en París por novena vez en once participaciones y para encadenar una decimocuarta victoria consecutiva, todas desde que perdió la final de Wimbledon contra el español Carlos Alcaraz.
Y, mientras sus principales rivales claudican, tras Alcaraz y el ruso Daniil Medvedev este jueves fue el turno del italiano Jannik Sinner, Djokovic avanza.
En los once torneos en los que ha participado, solo en el de Montecarlo cayó antes de cuartos de final, lo que prueba que quiere disparar menos pero más certero.
El serbio comenzó con la directa, listo a cerrar, en la noche de París, lo antes posible un duelo que parecía decidido de antemano. Asfixió a su rival y enseguida se colocó 3-0 y pronto 4-1, pero ahí se detuvo la apisonadora y el neerlandés comenzó a respirar, casi incrédulo de liberarse de las cadenas.
Encadenó Griekspoor cinco juegos consecutivos, algo circunspecto, para ganarle el primer set al serbio en los tres duelos en los que han cruzado su raqueta. En los dos anteriores, incluido uno a tres sets en Estados Unidos, solo había arrancado doce juegos a Djokovic.
Un atisbo de respuesta al derrumbamiento del serbio llegó cuando apeló a los médicos y quedó patente que no se encontraba en plenitud física.
Las medicinas que tomó le mantuvieron el pie, pero su rostro era seco, su gesto torcido y su actitud errática, casi limitándose a gestionar los asuntos corrientes, sin el brillo que suele acompañar sus duelos.
Su entidad le hizo mantenerse a flote, seguir conservando su saque pese a los arrebatos de Griekspoor y forzar un juego de desempate donde se apoyó en su servicio para sacarlo sin problemas.
Con el empate comenzaba un nuevo duelo, pero la atención seguía pendiente en el estado de Djokovic, que acudió al vestuario y que regresó con el mismo tono taciturno.
Pero el neerlandés no supo sacar partido y apenas puso al límite al serbio, que rezuma clase y calidad y que vio como la confianza de su rival iba esfumándose, a medida que él recuperaba algo de tono.
Fue suficiente para arrebatarle el servicio en el quinto juego pero de nuevo lo cedió en el octavo, celebrado por el público, lo que molestó al serbio, que aplaudió con su raqueta de forma irónica. Para entonces ya había recobrado su gesto habitual.
De nuevo se encogió el brazo del neerlandés, que volvió a otorgar ventaja al número 1 del mundo, que ya no dejó escapar la victoria.
Con el susto en el cuerpo, Djokovic abandonó la pista central de París para dar paso al danés Holger Rune, sexto favorito, y al alemán Daniel Altmaier para el último octavo del día, del que saldrá el rival del serbio por un puesto en la final.
Si fuera el nórdico, sería una reedición de la final del año pasado, que privó a Djokovic del séptimo título en París que ahora busca.