Recientementr, Fernando Romay ha visitado nuestra redacción. Una vez más, dio muestras de su gran sentido del humor, y de una positiva manera de ver la vida que contagia.

Un deportista que ha pasado por momentos difíciles, como fue en su día irse a Madrid para jugar al baloncesto, cuando todavía era muy joven. Ha tenido que aguantar todo tipo de comentarios negativos sobre él. Que si era muy torpe, que si enseguida se cargaba de personales... Pero él supo asumir sus defectos y, sobre todo, sacarle el máximo partido a sus virtudes. Su alegría, su sonrisa, su disponibilidad para colaborar en lo que le pidan...

Gracias a ese afán por no rendirse, fue alcanzando metas. Nunca dejó de ser ese pívot que trabajaba para los demás y que hacía lo que podía para parar a jugadores más rápidos que él. Pero, al final, disputó infinidad de partidos con el Real Madrid y con la selección española. 

Muchos pensarán que un jugador de sus características no tendría sitio en el baloncesto actual. Pues yo creo que no. El bueno de Fernando ya habría buscado su sitio. Que nadie se crea que las cosas eran más fáciles hace 40 años.

Es uno de los pocos coruñeses que tiene una medalla olímpica. Y, cuando se alcanzan esas metas, no vale con el ‘factor suerte’ o con decir ‘claro, como era tan alto...’. Para nada. Fernando Romay es mucho más que eso. Es una persona enorme, en tamaño y en corazón. Y que siga repartiendo alegría, que falta hace en estos tiempos.