Alfredo Relaño, tantos años director de diario As y antes responsable de la sección de deportes de El País, defendió durante años que debía escribir una columna diaria en el periódico. “Es importarle que el director opine sobre al menos un tema al día y lo comparta con sus lectores”. Relaño, un periodista de Champions, tiene mucho que contar. Pero subyace otra cuestión, la de si es necesario opinar todos los días. Y más aún: ¿tenemos opiniones dignas de compartirse todos los días?.
El paso del tiempo me ha ayudado a entender, con serias dificultades todavía, que no siempre hay cosas que contar y que, si las hay, también es preciso racionarlas. “Si te cuento todo lo que sé, sabrías tanto como yo”, acostumbraba a decir Augusto César Lendoiro cuando era presidente del Deportivo. Saber, conocer u opinar me parecen preciados bienes que cada vez trato de guardar más bajo siete llaves. Porque además ocurre que la gente cada vez tolera menos las opiniones del prójimo. Quizás sea una signo de estos tiempos ricos en todólogos.
Opinar desde las tripas, y más si es de fútbol, se empieza a convertir en un problema en la medida que la pelota forma parte de un negocio, de un interés que poco tiene que ver con aquello que soñamos y amamos. Que un periodista o un aficionado acuda a un partido, escriba sobre lo que ocurrió allí (dentro de un elemental respeto) y se convierta en un problema alerta sobre la intolerante sociedad que estamos forjando. Así que a veces es mejor que campe la nadería.