Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que esta ciudad se pensaba a lo grande, en el que los hechos iban por delante de la audacia y se fomentaba un orgullo que era seña de identidad. Hubo un tiempo en el que A Coruña se movía sin miedo escénico entre todo tipo de tramoyas.
En los últimos meses una serie de personas han trabajado para que el gigantesco entramado de un Mundial de fútbol pueda llevar la firma de una ciudad que en los últimos tiempos ha renunciado en más ocasiones de los deseables a su ADN intrépido. Quizás sea el momento de reparar en ello y entrar al rebufo de quienes aceleran en sentido contrario.
Entre rencillas, disputas e incomprensiones, A Coruña ha logrado entrar en el once titular mundialista para el 2030. Es la ciudad con menor número de habitantes que ha conseguido entrar en una alineación tan codiciada como encarecida. Por el camino se han planteado una batería de problemas. Que si el estadio es muy grande, que si la inversión debería destinarse a otros menesteres, que si la abuela fuma. Todo sucede mientras en otras latitudes entienden el Mundial como una oportunidad para generar riqueza o para dotarse de un tejido, no ya para eventos sino de todo tipo de infraestructuras que les sitúe a las puertas del siglo XXII. A Coruña tiene el Mundial en la mano, pero también está en una situación de riesgo y en el punto de mira no solo de otras sedes españolas sino de otras de Marruecos y Portugal que potenciarían un eventual fracaso del proyecto herculino.
A Coruña tiene el Mundial 2030 en la mano, pero está en una situación de riesgo. Es tiempo de empujar
Quizás también por una falta de concreción que otros sí han sabido resolver, hay varias cuestiones que deben zanjarse de inmediato y que deberían de requerir una unidad de acción que no se ha alcanzado. Se trabaja contra el crono, con varias alternativas sobre la mesa para entrar desde el banquillo y dejar a nuestra ciudad en la reserva. Quizás es el momento de arrimar el hombro, de desterrar la mediocridad y los achatamientos, de entender la importancia de una inversión de futuro, de comprender que no se trata solo de tres, cuatro o cinco partidos sino de un futuro más allá de 2030, de no fijarse siempre en lo negativo y hacer entender que Riazor no tiene por qué ser un pequeño Bernabéu que resuene en la ciudad como si fuese el vecino ruidoso del piso de abajo.
Es el momento de construir, de sumar, de hacer ciudad de una vez, de crecer y asumir que, en efecto, muchas veces hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pero porque lo valemos. Y siempre hemos sabido sostenerlo.