La calma no siempre es deliciosa. Hay calmas tensas, de rechinar de dientes e intranquilidades, serenidades aparentes que son preludio de tempestades. Y el cuerpo lo sabe. Hay, también, calmas gratas. Muchas suceden tras traumáticos revuelos y emergen como un alivio tras sacudidas y zarandeos. Hace una semana el Deportivo estaba en ebullición, vapuleado tras otro amargo tropiezo en Riazor y con un entrenador, apreciado por gran parte de la afición, de salida. Y no fue un adiós fácil. El vaivén acabó en Cartagena. Cinco goles son un buen reconstituyente contra cualquier vahído futbolístico. Así que ya todo es sosiego. Llegó la calma, que aún está por definir si es tensa o no. Viniendo de donde venimos vamos a darla por buena.
El Deportivo necesita templanza y serenidad, valores de los que por definición no puede estar más alejado. Quizás si durante los últimos años los hubiera atesorado hasta sentiríamos que no estamos ante nuestros colores. El club en el que siempre pasa algo ha sido en los últimos años un trajín de proyectos, técnicos, futbolistas, ejecutivos y directivos. Nos faltarían dedos en las manos para citar consejeros que han pasado por la Plaza de Pontevedra y de los que la amplísima mayoría de deportivistas desconoce hoy su nombre. Tantos hombros arrimados para tan poco.
El caso es que tras el terremoto generado por la destitución de Idiakez brotaron sucesores, se hicieron entrevistas y se valoraron ofrecimientos. Hasta que el final se miró hacia dentro y se reparó en el técnico del filial, un tipo que lo primero que dijo en público con la etiqueta de entrenador del Deportivo es que ya tenía edad para controlar sus sueños.
Óscar Gilsanz abandera la serenidad que necesita el Deportivo y la constatación de que hay ocasiones en las que la estabilidad la ofrece un interinaje. Eso y un rival que sufre una tiritona aún mayor que la nuestra han ayudado a aplacar ánimos. El rumor se ha disipado, la sombra de Seedorf redivivo en Cannavaro se ha disipado y el equipo enfoca sin mayores sustos el partido contra el Eibar y la obligación de volver a ganar más de dos meses después en Riazor. Cartagena mostró caras y cruces de eso que ya se puede considerar una obra inacabada de Idiakez, el combo desatado en las transiciones que sufre en los balones al área, pero también el que genera opciones porque el talento de varios de sus futbolistas se desparrama cuando disponen de tiempo y espacios. No fue un Dépor muy diferente al que podemos aguardar, pero tuvo el mérito de aparecer cuando más se necesitaba. Cuando más lo necesitábamos todos. Cinco goles después la vida se ve de otra manera y esa calma, quizás destensada, debería ser el refugio a partir del que crecer. “Olvidemos nuestro enfado y volvamos al amor”, le gustaba decir a Lendoiro.
Hace un tiempo uno de esos maestros que antes te encontrabas en la Redacción de un periódico me enseñó el ejemplar de un periódico y me mostró un titular a cinco columnas. “El Mallorca, sin novedad”, ponía. “¿Tú te leerías esto?”, me preguntó. A veces la anti-noticia es la mejor de las noticias. “El Deportivo, sin novedad”. ¿Alguien en sus cabales se atrevería a titular así?
- Sujétame el cubata.
Pero es que igual justo eso es lo que necesitamos en este momento... y en alguno que ya pasó entre turbulencias. Así que, en efecto, aunque solo sea por hoy disfrutémoslo porque el Deportivo, dichosamente, está sin novedad.