La ilógica del fútbol a veces es aplastante. El Deportivo, mal estudiante, repitió curso tras curso en su tránsito por el barrizal de la tercera categoría del fútbol español. Hasta cuatro convocatorias precisó para aprobar una asignatura que se supone que tenía que haber recitado de carrerilla. No fue así, de manera que ahora ya tras pasar de Primaria a Secundaria parece hasta plausible permitir otros cuatro intentos para dar el salto a la facultad. Al menos los alumnos así lo plantean. El Deportivo quiere rebajar el suflé, matizar expectativas, presiones y exigencias y ponderar que la vida es dura y que esto de ascender no es sencillo. Los que festejamos en el 91 un éxito semejante, tras dos décadas de sinsabores. podemos hasta sospechar que no les falta razón.
El Deportivo le explica al mundo que hay que ir poco a poco. Y se empeña en matizar que aunque esos topes salariales que LaLiga está a punto de divulgar le sitúen en tercera posición de la clasificación, en realidad no se correlacionan con el rendimiento que cabe pedirle al equipo. Y a sus rectores, claro. “Se puede generar una falsa percepción”, explican en la Plaza de Pontevedra, lugar desde el que ya se está a punto de dejar de argumentar en blanquiazul. De hecho ayer ya se argumentó en Abegondo. El argumentario, término muy político, apunta que la plantilla del primer equipo “debería estar” entre la posición 12 y 13 en términos de presupuestos de la categoría.
Tras su último ascenso a Primera División, el Deportivo aterrizó en la máxima categoría con el penúltimo tope salarial, lastrado como estaba por la millonaria deuda (también conocida como mochila) con la que cargaba el club. Entonces se le exigió competir, en ocasiones con extrema crudeza, para que salvase la categoría. Se llegó a destituir a un entrenador (Victor Fernández) que estaba, y se había pasado más de media campaña, fuera del descenso. La exigencia es intrínseca al deporte profesional. Aquel Deportivo de economía de guerra se salvó con un empate postrero en el Camp Nou. Cuando tiempo después se creyó lustroso tras elevar el tope salarial, ya con la deuda con la Agencia Tributaria solventada tras el acuerdo con Abanca, el equipo se desplomó. La pelota no siempre sigue el rastro del dinero. Alguien se lo puede preguntar el domingo en Riazor al sorprendente Huesca, que tiene uno de los menores gastos en plantilla de la competición.
El Deportivo ha hecho en los últimos tiempos alguna cosa bien en los despachos. Por ejemplo liquidar su deuda y salir del concurso. Y ahí los actuales propietarios pueden colgarse una enorme medalla porque además eleva las posibilidades deportivas del equipo. Plantear, además, que el club sea sostenible es visar un pasaporte hacia la estabilidad. Pero la sensación es que alguien se ha querido poner unas cuantas vendas antes de hacerse la herida. En entornos como los de los clubs de fútbol lo cabal se supone y pocos reactivos superan a la expectativa de una gran ilusión. Un club felizmente saneado por el músculo de su propiedad no debería achatar su discurso, más si le sigue una masa social como la que mueve. El club viene del barro, se asume un impás para respirar en el llano sin perder pie y antes proseguir con la escalada. Pero no un letargo.
Hay cimientos, pero también dudas. Muchos de los jugadores con contrato en vigor para resolver ese largo camino que fía el club no tienen dictado a día de hoy en el equipo. Bouldini, Patiño, Diego Gómez, Ochoa, Rubén López, Chacón, Petxarroman o Eric Puerto han firmado hasta 2028. Por más tiempo están atados Mella y Yeremay, pero ¿alguien se imagina a ese par de estandartes jugando tres temporadas más en Segunda?