La costumbre de ganar
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La costumbre de ganar


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Da igual Unai Simón que David Raya. Es lo mismo Carvajal que Pedro Porro. Que Fabián o Mikel Merino. Que Vivian o Pau Torres. Que Joselu o Morata. Es igual que juegue Lamine Yamal o Álex Baena. Que juegue Nico Williams o Ferran Torres. Que lo haga Cucurella o Grimaldo. Incluso que Zubimendi ocupe la posición de Rodri.


La selección española se ha acostumbrado a ganar. El memorable doble éxito euro-olímpico del pasado verano cerró una década de altibajos. Muchos pensaban que el intervalo 2008-2012 no era más que el extraordinario epílogo de un equipo irrepetible. Y lo que fue es una semilla imperecedera, la inspiración para generaciones venideras. El punto y aparte ya se atisbó en el post-pandémico verano de 2021. Aquella semifinal continental que se escapó desde el punto fatídico ante los italianos en Wembley, todavía con Luis Enrique a la batuta, significó mucho más que una derrota. En Las Rozas se estaba gestando algo grande.


El sueño de Qatar, finiquitado en otra nefasta tanda de penaltis, no fue más que el siguiente paso en el aprendizaje. El asturiano dejó libre su trono, para que en él se sentase un Luis de la Fuente que generaba dudas. Su currículum en el fútbol adulto no era el mejor. Destituido tras siete meses en el Aurrerá y después de dos meses en el Alavés. Su estrella, sin embargo, se encendía con los chavales. Primero, con un título europeo sub-19. Después, con otra corona continental sub-21. Más tarde, con una plata olímpica. Con los chavales va el riojano hasta el infinito. Y los chavales se lo devuelven con creces. 

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