Los colores de la sociedad
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Los colores de la sociedad


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La existencia de ultras en el fútbol sobrepasa el ámbito deportivo y entronca con la totalidad de los estamentos que forman nuestra sociedad. Tratar de justificar actos de hoy por rivalidades ancestrales es algo fuera de lugar y más en una época en que lo global se sublima a lo individual. Pero lo más descorazonador es ser consciente de la existencia de antecedentes –hace poco más de diez días en el Metropolitano con lo sucedido en el partido entre el Atlético y el Real Madrid y el pasado sábado en A Coruña por lo provocado por unos pseudoaficionados del Málaga– y pese a ello continuar todo inalterable a la espera de que una desgracia obligue a cambiar el paso para reconducir una situación que sobrepasa lo insostenible.


No es cuestión de enumerar incidentes pretéritos para buscar el fin de una lacra que exhibe sin pudor lo más ruin de la condición humana. Se trata de salvaguardar la convivencia y respeto de los unos con los otros y de este modo poder vestir una camiseta blanquiazul, celeste, azulgrana o blanca... sin temor a ser insultado o, lo que es peor, vapuleado por alguno que se cree superior por el mero hecho de considerar que su indumentaria es mejor que la que porta el resto.


A nuestra sociedad le sacarán los colores todos los días mientras los bárbaros sigan con sus comportamientos delictivos y estos queden impunes. Ello implicará que el colorido que caracteriza la fiesta del deporte se pierda retrotrayéndose a un monótono gris que tornará en un negro luctuoso. Entonces será irreversible y una afrenta para todos por la dejadez mostrada en erradicar este monstruo sin cabeza.

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