Dos periodistas que llevan el motociclismo en la piel elucubran sobre los fichajes de la próxima temporada acodados en la barra. Por un rato, cambian el incesante ruido de motores por música y conversación. Están en casa. En el hospitality que Estrella Galicia 0,0 instala en cada gran premio del Campeonato del Mundo de MotoGP. Esta vez, en Mugello.
El que muchos definen como ‘el bar del paddock’ es el refugio de esa comunidad nómada que se mueve con la competición. Más de doscientos días al año lejos del hogar piden un punto de encuentro. Que ofrezca calidad y calidez. La calma en medio del torbellino de actividad.
Todo es movimiento. El circo de MotoGP se despliega para formar un curioso universo de camiones de los que cuelga ropa secándose al sol, equilibristas en moto cargados con bolsas de material, turistas de paddock mirándolo todo a través de la cámara del móvil, azafatas sobre tacones imposibles, equipos de televisión en conexión en directo en medio del ir y venir de gente y algún piloto en bici que se confunde entre la multitud.
Dicen los aficionados italianos que acampan en el entorno de este circuito enclavado en un espectacular valle toscano que “Al Mugello non si dorme” (“En Mugello no se duerme”). Tampoco se para durante el día. Saludos apresurados y encuentros fugaces –“Siempre nos vemos corriendo”–. Porque todo forma parte de una coreografía medida que no admite variaciones. Prácticas, ajustes de las motos en los boxes, calificaciones, carreras, ruedas de prensa, análisis de resultados... Y tours por el paddock y paseos por el pit lane para los visitantes que quieren la experiencia (casi) completa. Hasta la hora de comer tiene horario riguroso. Por Severino –así se llama el restaurante, de tradición familiar– pasan miembros de los equipos, todo tipo de trabajadores, patrocinadores, invitados... Un turno de treinta minutos sin sobremesa, pero en el que hay margen para el café y el postre. Nadie se resiste al tiramisú de la nona.
Y a seguir. En un enjambre que el sábado calienta motores y el domingo está al servicio del espectáculo. Para los miles que llenan las gradas y los alrededores del circuito y para los cientos de miles que esperan ver cada detalle por televisión. A través de las casi 160 cámaras que Dorna –la empresa organizadora del Mundial– pone en funcionamiento. Las imágenes de cada metro de la pista, los boxes y hasta del punto de vista de los pilotos en plena carrera se combinan en un ejercicio de realización televisiva casi increíble.
En el circuito, el atractivo es otro. Asfalto caliente, olor a gasolina y energía en el ambiente. Peregrinos a pie por carreteras secundarias que se unen a los que viven el fin de semana en Mugello con espíritu de festival de música. Cuando los pilotos llegan a la parrilla de salida, empieza la vorágine. Tiffosi dejándose la voz –el duelo por Rossi compite con la pasión por Bagnaia– y periodistas tratando de abrirse paso para hacer la última conexión antes de que arranquen los motores. Y se desata la locura. Que ya no parará hasta que las gradas se vacíen y se cierren los boxes. Entonces se calma el ruido y en el paddock comienza otra peregrinación, esta siguiendo una estrella gallega. Llegar al hospitality de Estrella Galicia 0,0 es respirar. Allí hay sonrisas, amigos, familia. Por fin en casa.