No hace tanto tiempo, pero ya remite a un fútbol y a un modo de vida casi pretérito; están en el recuerdo sus grandes veladas, pero apenas son un marchito presente. Los torneos de verano palidecen y no resulta complicado discernir las causas: pujanza de otras opciones en mercados emergentes o más poderosos, sobredosis de partidos al alcance de todos los públicos durante todo el año y creciente competencia de acontecimientos deportivos y eventos estivales. Más difícil semeja encontrar una salida para honrar la tradición y garantizar una continuidad cuando mengüan asistencia y nivel de los participantes y crece el déficit que se genera.
Este viernes se abre el decano de los trofeos, el Teresa Herrera, con un cartel en el que Leganés, Oviedo y Unionistas, un equipo de la tercera categoría del fútbol español, se suman al anfitrión Deportivo. Hace un año el club blanquiazul había reclutado al filial del Bragantino.
La pasada noche, en Huelva, Recreativo y Córdoba disputaron el Trofeo Colombino, que hacía cinco años que no se jugaba. “El club ha tenido que superar numerosos obstáculos y afrontar circunstancias difíciles para poder conseguir algo tan importante para el club y nuestra afición, y finalmente se ha logrado”, explicó la entidad onubense en un comunicado. Siete campeones de Europa jugaron el torneo a lo largo de su historia, la gran mayoría en los años setenta y ochenta, la edad de oro del fútbol estival en España. En 1979 el Real Madrid, las más cotizada de las escuadras para tomar parte en esas competencias, echó a andar su propio torneo, el Santiago Bernabéu que honraba a su histórico presidente, fallecido un año antes. En 2014, cuando el equipo ya hacía giras planetarias se saltó una edición. Cinco años después dejó de jugarse. La pasada primavera el club blanco deslizó su deseo de recuperar el torneo, pero enfrascado en duelos en Miami, Charlotte o New Jersey no es capaz de encontrar fechas para encajarlo.
REAPARICIÓN
El Trofeo Colombino regresó ayer después de cinco años sin jugarse
Muchos torneos sobreviven en una languideciente inercia. El Ramón de Carranza se lo disputan este sábado Cádiz y Lazio en la sexta edición consecutiva que se dirime a partido único. En lo que va de siglo apenas siete equipos extranjeros se citaron en un torneo que durante un tiempo quiso aspirar a discutir al Teresa Herrera el reinado veraniego.
Pero antes del ocaso hubo un auge y para entenderlo hay que tomar varias rutas. Una de ellas tiene que ver con una época de efervescencia no sólo en el fútbol español sino en el turismo próximo a las playas. Hace algo más de medio siglo que empezó a florecer. Para entonces ya se jugaban el Teresa Herrera (comenzó en 1946) o el Carranza (1955). El factor costero ayudó al desarrollo de unas competiciones que servían de presentación a los equipos españoles, de escaparate a los extranjeros, de preparación a todos y de atracción y esparcimiento a los visitantes. Entre 1965 y 1975 brotaron en España no menos de veinte torneos de verano con equipos de élite. Imposible entenderlos sin una figura, la de Fernando Torcal.
Escueto en talla física, pero prolijo en iniciativa, Torcal trabajaba a inicios de los setenta en una de las primeras oficinas de intermediación del fútbol español. Pronto vió el negocio. Llegó a A Coruña en un momento en el que el decano de los trofeos pasaba por apuros, con carteles sin renombre y habitualmente a partido único. En su primera experiencia en 1973 llenó Riazor hasta los topes con el Ajax de Cruyff, el Atlético que meses después acarició la Copa de Europa y dos equipos del telón de acero, el Spartak Trnava y el Ujpest Dosza siempre una atracción en aquellos años.
Abrió entonces una edad dorada, un reto para los equipos europeos y un prestigioso desafío para los americanos, que otorgaban a la cita coruñesa cartel de Mundialito. Pelé, Didí, Garrincha, Beckenbauer, Cruyff, Rivelino, Blokhin... los mejores equipos en su mejor momento pasaron por Riazor, que agotaba el taquillaje meses antes de que llegasen los equipos entre abarrotes en Alvedro y ante los hoteles en los que se alojaban. A Torcal le llovieron las ofertas para establecer réplicas. Dio lustre al Ciudad de Palma, también una capital costera donde no se veía habitualmente fútbol de Primera División. Se fue a Cádiz para relanzar el Carranza, en el que durante años anidaron las mejores escuadras brasileñas. Allí pescó el Atlético a Donato, que se alineaba con el Vasco da Gama. Tiempo atrás ya había jugado un Teresa Herrera. El Costa del Sol en Málaga, incluso el Gamper llevaron la firma de Torcal. También el Villa de Madrid, que organizaba con el Atlético y que se ha intentado recuperar sin éxito en los últimos tiempos. Entre 2003 y 2016 no se jugó tampoco otro mítico hito del calendario, el Ciudad de La Línea, que tuvo una breve reaparición de cuatro ediciones y desde 2021 no se celebra. Había nacido en 1970.
Torcal arriesgaba y casi siempre ganaba. Tenía olfato y contactos. Murió en el 2000 cuando ya intuía que el dinero del fútbol iba a estar en la llegada de los representantes al control de algunos clubs para mover desde ellos a sus futbolistas y negociaba la venta del Rávena italiano para invertir en el Logroñés. Atrás quedaron veranos de goles, multitudes, meriendas y botas de vino. En Huelva antes de poner en litigio la carabela de plata se exhibía por los escaparates de las mejores tiendas de la ciudad. En A Coruña, la torre de Hércules de plata que honra la tradición orfebre gallega se exponía también con orgullo en la Joyería Malde, en la calle Real. Ya nada es igual. En 2011 el Sporting alzó en Balaídos un Ciudad de Vigo que el Celta había sacado de sus vitrinas. Nadie en el ayuntamiento se había preocupado de encargar la elaboración de un trofeo. Se jugó un año más y se fue al limbo.
A ningún coruñés hay que explicarle que es el Teresa Herrera, orgullo para todos porque además hunde sus raíces en una causa benéfica, la de recaudar dinero para los hospitales de la ciudad. Pelé, Garrincha, Cruyff, Beckenbauer, Eusebio o las dos glorias locales, Luis Suárez y Amancio lo disputaron. Los mejores equipos de Europa se mostraron en Riazor, pero para los latinoamericanos el torneo alcanzó galones de mini Copa del Mundo. Durante bastantes años los grandes equipos del momento tenían una oferta sobre la mesa para jugar el Teresa Herrera y además presentar aquí a sus adquisiciones. Y, honrados, la aceptaban.
DESAPARICIÓN
El Ciudad de Vigo dejó de disputarse en 2012. Un año antes entregó un trofeo usado
El torneo pasó por diferentes avatares y conoció diversas etapas en las que estuvo en peligro de desaparecer. Empezó en 1946 con fuerza, pero también con ciertas incomprensiones. Sobrevivió a los recortes y las pérdidas para emerger con fuerza al final de la década de los cincuenta engalanado por la presencia de grandes estrellas llegadas del otro lado del charco. Nacional, Vasco da Gama, Botafogo o Santos le dieron lustre a un torneo que vivió una cumbre cuando en 1962 un recién ascendido Deportivo derrotó entre vítores al vigente campeón de Europa, el Benfica liderado por Eusebio.
El torneo palideció de nuevo a finales de los sesenta. Pero nunca dejaron de llegar a A Coruña grandes clubes, Riazor se convirtió en un muestrario del mejor fútbol del momento. En 1966 el Deportivo derrotó al Real Madrid, que acudió con Amancio en sus filas, abucheado por su propia gente en un triste episodio cainita. El Teresa Herrera estuvo a punto de caer justo en sus bodas de plata, pero el Deportivo acudió al rescate para organizarlo hasta que una comisión conformada por concejales y empleados municipales buscó la alianza de intermediarios como el menudo Fernando Torcal para abrir la edad dorada del torneo.
Desde 1970 una nueva señal de identidad le había dado más categoría a la competición. Empezó a estar en disputa un trofeo de plata que reproducía la Torre de Hércules. A Coruña comenzó a ser reconocible en las vitrinas de los mejores escuadras del mundo. En 1995, para conmemorar el cincuentenario, el trofeo fue de oro y en su diseño se compendiaron todos los anteriores, con la cima indiscutida del faro que señala la posición de la ciudad.
Pero el oropel del Teresa Herrera ya no era el mismo. Se aludía a las crecientes alternativas de ocio, al despegue del Deportivo, que ya empezaba a ofrecer grandes citas en el estadio sin necesidad de esperar al verano y además en competición oficial. En el año 2000, mientras el cuadro blanquiazul peleaba y ganaba la Liga saltó la alarma. El ayuntamiento puso sobre la mesa un convenio que dejaba la organización del torneo en manos del Deportivo. Un año atrás se había invitado al Celta, que acabó llevándose la Torre de Hércules a Vigo, donde luce como el trofeo más destacado de sus vitrinas. Las críticas a la organización arreciaron. En María Pita recordaron cómo años atrás el Deportivo había pedido organizar el torneo. Pero a esas alturas, ya en el nuevo milenio, ese ofrecimiento era “un caramelo envenenado”, según dijo Augusto César Lendoiro.
Tras una tortuosa negociación se llegó a una entente. El Dépor asumió sobre la bocina la responsabilidad de sacar adelante el torneo y montó sobre la marcha un duelo contra el Lazio. Desde 1972 no se jugaba a partido único. “Será un trofeo como los de antes porque no se televisará”, glosó Lendoiro, que acabó por suscribir un convenio en el que entraron variables que nada tenían que ver con el trofeo. “El Teresa Herrera le ocasiona al Deportivo pérdidas de 125 millones de pesetas, pero se puede compensar con el control de los ambigús del estadio, que serían unos 20 o 25 millones al año”, valoró el presidente blanquiazul.
El Teresa Herrera empezó a ser una moneda de cambio, un engorroso complemento por el que entre 2001 y 2005 pasaron equipos con los que el Deportivo realizaba operaciones de mercado. Todos los destinos a los que iba Abreu obtenían billete para el agosto coruñés. En esos años Cruz Azul estuvo dos veces en A Coruña, Nacional otras dos, también pasó el América mexicano. El Atlético arribó como parte del acuerdo por Emerson. El Zaragoza por Toro Acuña, el Sporting de Portugal como parte del pacto por la llegada de Duscher y el Peñarol, otrora rey del verano coruñés cuando era campeón americano, llegó tapado por el traspaso de Pandiani.
El prestigio del trofeo se desplomó. Hubo partidos a los que no acudieron ni un millar de espectadores, como un Nacional-América de 2003, una edición en la que ni siquiera el Deportivo congregó más de 5.000 fieles. Cundió el desinterés y el hartazgo hasta el punto de que la final del torneo de 2006 planteada como una revancha entre Deportivo y Milan no llegó ni a media entrada.
A partir de 2009 el Teresa Herrera, que había sido triangular en 2003 y 2005 aunque siempre trató de mantenerse fiel a su tradicional formato cuadrangular, se rebajó a partido único. Sendos duelos para el tercer y cuarto puesto entre Os Belenenses y Atalanta, en 2007, y Cruz Azul y Sporting, una edición después, fulminaron la opción de congregar a cuatro escuadras por más que la llegada de la directiva presidida por Tino Fernández en 2014 apostase por esa alternativa, ya nada era igual. Con todo, durante la última década Sevilla, Atlético, Real Madrid, Sporting Braga, Villarreal, Athletic o Betis mantuvieron el caché del torneo. Pero en el 2020 se mantuvo la continuidad del torneo con un partido entre el Deportivo y un combinado de la AFAC y desde entonces se reclutó a Ponferradina, Metallist Jarkov y Bragantino sub23. Ahora llegan Leganés, Oviedo y Unionistas.