Una vez más el resultado ayuda a reescribir los partidos. El Sporting hizo un poco más (tampoco mucho) que el Deportivo por ganar. Y se pudo llevar los puntos en la última jugada del partido, un disparo de Campuzano desde la frontal que heló la sangre de medio Riazor. Otra vez le salió cara al equipo de Gilsanz en el epílogo, así que habrá que dar por bueno el punto. Nada se le puede reprochar a quien entrega todo lo que tiene. Y eso es lo que hace el Deportivo, esforzado, trabajador, pero también limitado. Y ahí están el alivio y el problema.
Al equipo no le da para dominar los partidos. Tampoco muestra una vocación tan acusada por hacerlo como cuando le instruía Idiakez. Este es un Deportivo más de batalla, menos poético, un equipo que cada falta lateral en campo contrario la convierte en una opción para colocar la pelota cerca del área en lugar de darle continuidad a la acción y jugar a someter al rival en su campo. Nada de eso tiene por qué ser peor, sino todo lo contrario. Es diferente, eso sí.
Mientras el Deportivo se pone al día respecto a las variaciones del nuevo libreto técnico, pasa la Liga. Y todo transita sin que se atisben notorios pasos adelante. La visita del Sporting se sustanció en un duelo cerrado, de brega y sudor, tamizado por una lluvia que revistió todo del aroma norteño que precisan este tipo de partidos. Nada fue cómodo para el Deportivo de inicio porque encontró problemas para salir desde atrás ante la presión adelantada del rival. No es la primera vez que le sucede. Con todo, en cuanto al Sporting le faltaron piernas y empezaron a abrirse rutas hacia Soriano y Lucas todo empezó a clarear. Incluso asomó el sol tras la Torre de Marathón.
Que al equipo le falta fútbol en la medular cuando debe encarar ese tipo de situaciones no es una sorpresa. Ocurrió que al menos regresó Mfulu, irrelevante con balón, pero que ocupa campo en la faceta defensiva. Cada vez que recuperaba la pelota el Sporting no era capaz de destejer la tela de araña que se tejía desde el mediocentro hacia la zaga. Y el Deportivo creció a partir de ese rigor.
Ahí el reaparecido Martínez estuvo excelente, atento, concentrado, como con necesidad de reivindicarse tras la titularidad perdida. Resulta vibrante que un futbolista con tanto recorrido sienta a esta alturas ese íntimo deseo de demostrar su categoría. Si alguien tenía dudas, el tipo las disipó en los dos primeros balones divididos a los que acudió para marcar territorio. Con Martínez se puede ir a cualquier guerra.
El Dépor se levantó tras un mal principio, llegó al partido y manejó la pelota con un cierto criterio en una liza que siempre transcurrió entre empellones. Tampoco el viento ayuda a jugar bien al fútbol. Faltó, siempre y excepto en la acción que valió el gol, bastante colmillo. Sobran pases en los últimos treinta metros y se echa de menos un poco de contundencia. Y, sobre todo, que las luces no solo las prendan Lucas, como hizo en el gol, o Soriano, como contra el Eibar.
Luces tiene y, bien largas, el magnífico Rafa Obrador, un lateral al que sin duda Fran hubiese convertido en internacional. Le falta un diez a Obrador, quizás también al equipo entender que su pujanza y profundidad es un arma a emplear para desplegarse en ataque. Porque ahí nada sobra. El partido volvió a ser de nuevo una visita al dentista para Barbero, que se faja, con suerte desigual, para bajar balones y sacar al equipo de atrás. No hay futbolista que asuma una labor más incómoda e ingrata que él, que sabe además que normalmente va a ser el primer cambio, un curioso premio al desgaste. Pero en la suma que se le exige a un delantero, Barbero no termina de aportar: ayer apenas hizo un remate y lo bloqueó un defensa. Tampoco es el único culpable de esa pírrica productividad. El equipo no le genera opciones y su rol se limita a repetir titánicos esfuerzos lejos del área rival.
Sin un delantero que marque diferencias ante el gol y nada sobrado de fútbol en la sala de máquinas, todo se le complica al Deportivo, una vez más amparado por dos paradas magníficas de Helton Leite, que tiene, para un meta de su estatura, una sorprendente capacidad para sacar manos en los balones rasos. Tan criticado por otras operaciones, a Fernando Soriano hay que reconocerles el acierto al reclutarle porque la portería, hasta el momento, le está dando puntos al Deportivo. Y tampoco es que le sobren.
Al final llegó el empate en una acción que se puede considerar episódica y en la que floreció el talento de Lucas en el pase y Mella en la definición. Gilsanz prefiere reparar como una alerta de la capacidad de reacción del equipo. El técnico habló de “corazón” y es evidente que ese músculo siempre se expuso, de principio a fin. A día de hoy el equipo no está como para que se abandone en el esfuerzo, sí para remar, tratar de llegar lo mejor parado a enero y que ahí en los despachos alguien repare sus defectos.
Faltó, en fin, Yeremay, que no es poco, un desatascador para duelos atascados. En el fútbol siempre se echa de menos al que no está, siempre se tiende a pensar que todo sería diferente con su presencia. Pero el talentoso canario ya estuvo en otros partidos en Riazor que se escribieron con el mismo guion que el de este domingo, ante rivales abnegados que destilan oficio, que estudian bien a este Deportivo y consiguen cegarle, o como poco dejarlo tuerto. No fue un gran Sporting, pero le llegó para situarse cerca de la victoria y le sirve para ser tercero en una clasificación en la que el Mirandés es segundo, nueve puntos por encima del Deportivo, que se sitúa al filo del descenso.
No parece que el equipo, con sus virtudes y sus muchos defectos esté para más. Y es doloroso comprobarlo. Le queda, al menos, el orgullo y el resuello para rebelarse contra sus limitaciones tal y como lo hizo en los últimos minutos para, con el marcador en contra, aprovechar su única bala para salvar el empate. Y gracias.