Se situó en el lado izquierdo del pontón de salida, alejado de sus principales rivales. Todos escogieron el lado contrario el siete de agosto de 2012, en Hyde Park (Londres).
Él no dudó de su elección; aunque antes de lanzarse al agua, reconoce Javier Gómez Noya casi una década más tarde, el neopreno le comprimía la piel. Estaba nervioso y emocionado, por momentos ruborizado, por tanto colorido, murmullo y grito.
“El ambiente que se vivió allí”, confiesa el triatleta gallego, “no lo he vuelto a vivir en ninguna otra competición en mi vida”.
No era habitual que tantos aficionados contemplasen su lucha con los británicos Alistair y Jonathan Brownlee. Tampoco era común “esa atmósfera de tensión entre los atletas”.
Los Juegos Olímpicos de 2012 pueden ser analizados como uno de los grandes momentos de la historia del triatlón y de la carrera del ferrolano, el único pentacampeón mundial de la disciplina. Aquel día, sin embargo, Gómez Noya se quedó a once segundos del vencedor. No ganó la medalla de oro, pero abraza con satisfacción su presea de plata.
“Los Juegos Olímpicos son la mayor competición a la que un deportista puede asistir. Yo venía de un cuarto puesto en Pekín; y en el momento, con toda esa vorágine, no es que no le dé importancia, porque le doy mucha, pero con el tiempo he aprendido a valorarla más. Una medalla de plata es algo que tienes ahí, para toda la vida”, subraya.
En Hyde Park siguió a rajatabla el plan previsto. La preparación había sido “muy dura”, “con algunos momentos complicados”, así que su primer triunfo fue superarse a sí mismo y presentarse en Londres “en un nivel de forma muy bueno”.
Lo demostró en el agua. No se guardó nada en aquellos mil quinientos metros a nado, sabiendo que después venían cuarenta kilómetros en bicicleta y diez más a pie.
“Mi táctica era nadar lo más rápido posible hasta la primera boya para intentar llegar bien colocado. Llegué segundo, a los pies del mejor nadador, que era la mejor situación posible. No tenía que tirar yo, pero iba bien colocado. El resto de la natación la hice en esa posición. Recuerdo que fuimos muy deprisa y se rompió mucho el grupo”, rememora.
Tras la primera transición, ya se vio entre los elegidos. Allí estaban también sus dos principales rivales, los hermanos Brownlee. Enseguida supo que con ellos se jugaría el triunfo en el último sector de los programados.
“Corriendo, Alistair Brownlee salió muy fuerte y desde el principio nos quedamos él, su hermano y yo. Los tres solos. Al paso por la primera vuelta, ya le sacábamos veinte segundos al atleta que estaba situado en el cuarto puesto. Eso era una barbaridad”, asegura el triatleta ferrolano.
Los últimos kilómetros de la prueba derivaron en un cara a cara entre Alistair Brownlee y Javier Gómez Noya. El británico fue algo más fuerte lo que le facilitó romper la carrera y ello le permitió cruzar la línea de meta con la bandera anfitriona, caminando pausado y disfrutando de un momento sin igual.
El español también sintió “felicidad” al dar el último paso. Con algo de “alivio” se desplomó en el suelo.
“Todo el trabajo y la presión que acumulas para esa carrera, se habían acabado por fin y puedes disfrutar de lo conseguido. Por otra parte, le empiezas a dar vueltas a qué podías haber hecho mejor para conseguir la medalla de oro. Pero por más vueltas que le doy, creo simplemente que Alistair tenía un puntito más que yo. No encuentro errores tácticos o técnicos que haya cometido en la carrera para decir: ‘si hubiera hecho esto de otra forma a lo mejor habría ganado yo’. Él estuvo un nivel un poquito por encima”, asume.
Con el paso de los años, entre todas las emociones vividas se impone “la felicidad de tener una medalla olímpica, por supuesto”.
Ese es su paracaídas ante los Juegos Olímpicos de Tokio. Javier Gómez Noya volverá a lidiar con la presión de quien se sabe entre los principales favoritos para conseguir la victoria en la cita en el país nipón, pero con una medalla en su palmarés no hay más exigencia que la suya.
“La presión se sufre, sí, y hay que saber gestionarla; pero según pasan los años, aprendes a gestionarla cada vez mejor y llega un momento en que te da exactamente igual. Al final, tú eres el que te exiges porque cada día estás sufriendo y machacándote en los entrenamientos por un objetivo. Eres tú el que te pones unas metas muy altas y un nivel de exigencia muy alto. Lo que digan desde fuera te da un poco igual”, reflexiona Gómez Noya.
El triatleta es un subcampeón olímpico, pero continúa con ganas de más. Actualmente, con treinta y ocho años de edad, se mantiene en la élite de su deporte y su principal objetivo pasa por sacarse la espinita de su ausencia, debido a una lesión, en la cita celebrada en el año 2016 en la ciudad brasileña de Río de Janeiro.