El adiós del ciclista Alejandro Valverde como profesional este sábado en Lombardía (Italia) tras dos décadas de carrera lleva a rememorar momentos clave para entender por qué el de Las Lumbreras de Monteagudo (Murcia) ha llegado tan alto: la cuesta en la que dio sus primeras pedaladas y la rabieta que casi le hace dejarlo todo forman parte de la vida de El Bala, que tiene en casa de sus padres su museo.
Valverde se enfrenta hoy a su última competición con 133 victorias conseguidas al más alto nivel, aunque antes hubo muchas otras desde que comenzó su etapa en las escuelas y luego en categorías de formación.
En 2002 dio el salto a profesionales con el Kelme y posteriormente pasó por el Caisse d'Epargne. En 2010 y 2011 estuvo 20 meses sin competir por sanción al verse involucrado en la Operación Puerto por un presunto caso de dopaje, acusación que nunca se demostró, pero volvió más fuerte y en su regreso a la carretera ganó la etapa reina del Tour Down Under en Australia y fue segundo en la general de esa prueba con el mismo tiempo que el vencedor, el local Simon Gerrans.
Fue seguramente es el momento más duro de su trayectoria junto con la grave caída que sufrió en la etapa prólogo del Tour de Francia de 2017, en la que se fracturó la rótula y el astrágalo de la pierna izquierda.
Tras la operación y el largo proceso de recuperación, el murciano reapareció y 15 meses después del accidente se proclamó campeón del mundo de fondo en carretera en la ciudad austriaca de Innsbruck dando otra muestra más de lo que es la resiliencia en el deporte elevada al máximo exponente.
"Solo él sabrá lo mal que lo ha pasado y lo que ha tenido que sacrificarse y aunque ha habido momentos duros, como el tiempo que estuvo sin poder competir y entrenando cada día pese a ello, creo que cuando más sufrió fue con esa caída en el Tour. Tras tantos años, estamos deseando que termine y que termine sano", apunta a Efe su padre, Juan, quien le da mucho valor a cada victoria de su hijo y en especial al Mundial de hace cuatro años.
"Ya se lo merecía tras haber logrado dos platas y cuatro bronces, que también están muy bien. Podía haber ganado alguno más, pero no lo hizo por circunstancias y por eso cuando por fin se lo llevó estaba tan feliz", señala quien le introdujo el gusanillo del ciclismo, pues él también fue corredor aunque empezara tarde, con 35 años.
Juan revela una conversación que tuvo con Alejandro antes de aquella carrera: "Recuerdo que me llamó por teléfono la víspera y le dije que no tenía más remedio que ganar, que era su última oportunidad de hacerlo. Le comenté que tenía que mentalizarse para conseguirlo y es lo que hizo".
Pero antes de ese gran éxito y de sus muchos otros como profesional, como la Vuelta a España de 2009 y tantas etapas en grandes rondas y en clásicas, ha habido un gran trabajo y mucha pasión. De otra manera es imposible llegar tan lejos.
Todo empezó en los aproximadamente 200 metros de pendiente de la calle Dámaso Alonso, junto a la casa en la que siguen viviendo sus padres en Las Lumbreras de Monteagudo, un pequeño núcleo de población del municipio de Murcia de unos 4.000 habitantes.
Es su primer trazado. El asfalto por el que pedaleaba es hoy un terreno adoquinado, pero seguro que en esta superficie también se desenvolvería bien, como en la París-Roubaix: "Apenas tendría seis años y subía con su bici la cuesta casi más rápido que la bajaba y no se hartaba", cuenta su progenitor.
A mitad de esa empinada calle está la vivienda de los Valverde Belmonte, convertida en un museo, pues buena parte de los trofeos de Alejandro y de su hermano Juan Francisco, quien igualmente compitió, así como su padre, están en estanterías y encima de armarios de las distintas estancias de la casa. Hasta en la cocina.
"Hay muchas Copas y no están todas, pues bastantes de las de Alejandro se las llevé metidas en cajas a su casa de Montepinar", indica Juan.
Junto a las copas y medallas no faltan en la casa fotografías que representan los mayores triunfos de Valverde y también de sus inicios en las escuelas y con el equipo Azulejos J. Ramos junto a las habituales haciendo la comunión o vestido de huertano.
Y, cómo no, también hay un espacio para las bicicletas, incluida la primera que utilizó como cadete. "Aquí hay algunas de las que llevó y también de sus hijos y hasta algunas mías, como la que me regaló Pinarello porque se la pedí yo mismo una vez que acompañé a mi hijo en una carrera en Italia", cuenta Juan sabiendo que él también ha tenido mucho que ver en lo que ha logrado el que fuera durante varios años el número 1 de la Unión Ciclista Internacional.
"Yo cogía mi camión con la bici de Juan Francisco, la de Alejandro y la mía y nos íbamos a un polígono industrial que tuviera luz para entrenar. Llegábamos hasta Orihuela (Alicante) y recuerdo que una noche los dos críos se quedaron una vuelta más y se echaron un esprint. Al llegar al camión, Juan Francisco me dijo lo mucho que había tenido que esforzarse para que su hermano, tres años menor que él, no le ganara. Ahí ya se veía que podía llegar lejos y es que siempre ha sido muy ambicioso y ha querido ganar", rememora.
"Muy orgulloso por todas las ilusiones cumplidas" y sin querer ser vanidoso, considera a su hijo "el ciclista más completo de España y el más regular, pues no ha tenido grandes altibajos y ha empezado con triunfos en enero y terminado el año también ganando".
"Tal vez podía haberse reservado algo para intentar ganar un Tour", asignatura pendiente que no empeña la brillante carrera de El Bala, quien antes de escribir tantas páginas brillantes en la historia del ciclismo tuvo la tentación de dejarlo cuando apenas tenía nueve años.
Lo cuenta también el padre: "Su primera carrera la corrió en Jumilla y fue segundo. Unos días después, fuimos a Yecla y ya ganó, aunque no se dio cuenta hasta después de cruzar la meta tras un esprint con un chico al que llamaba El Lagarto y que vencía todas las carreras en su categoría. Tras acabar aquella primera prueba, dijo que en la siguiente por fin le vencería y un padre que lo escuchó lo puso en duda.
En Yecla volvieron a coincidir y se lo jugaron en la llegada. Los dos, exhaustos, se tiraron al suelo y mi hijo, pensando que había perdido otra vez, dijo que ya no correría más. Yo tuve que decirle en varias ocasiones que había ganado, pero él seguía ofuscado hasta que entró en razón. A partir de entonces siguió compitiendo y el otro chico lo dejó años después".
María, la madre, no esconde que a ambos les da "pena" dejar de ver a Alejandro hacer lo que más le gusta, aunque al mismo tiempo admite que está "deseando que termine", porque han sido "muchos años y en momentos" los padres lo pasaron "mal".
Quien lo trajo al mundo reconoce que era "un crío revoltoso y cizañero" y, como tantas madres, lamenta que esté "tan delgado".
"De pequeño estaba gordico y le gustaban los dulces, pero ahora se cuida muchísimo, se pesa lo que come y cuando viene a casa, le tengo preparado el arroz blanco y la pechuga de pollo", cuenta.
"En los cumpleaños de sus hijos no ha catado la comida que había en la mesa y cuando ha sido su hora se ha ido a descansar. Son muchos sacrificios los que ha tenido que hacer, pero él es feliz y nosotros con él", señala María, quien confía en que "a partir de ahora sí pueda dar cumplida cuenta de las migas con sus tropezones que tanto le gustan".