No todo es lo que parece y, sin embargo, a veces para que algo suceda, primero debe dar la impresión de que ocurre.
Aterricemos esta disquisición metafísica con un ejemplo que cualquier deportivista puede entender: es falta a Mella en el gol del Castellón, pero como no lo parece a ojos del árbitro, pues acaba resultando que no es falta. Y lo que verdaderamente no debería haber sido nunca, el tanto de los locales, sí ocurre, se concreta en una realidad empíricamente demostrable en el marcador. Mientras tanto, el suceso que lo precede, la patada al extremo blanquiazul, por más pruebas videográficas que haya de su existencia, por más que el canterano la haya sentido en su pantorrilla, se deshilacha en el tejido de la realidad como una contradicción despreciable por el colegiado.
Vamos a dejar que lo explique Pablo Vázquez, defensa central, en lugar de David Hume, el filósofo empírico: “El árbitro dice que como no vio que Mella se queja, dejan pasar la jugada”. Acabáramos.
Cuando Cicerón dijo “la mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo”, no imaginaba el olor a alcanfor que esa afirmación desprendería en el año 2025 después de Cristo y mucho menos a Lax Franco (pese a su nombre de senador romano, apenas un honrado trencilla del colegio murciano) adaptándola para justificar que en el fútbol moderno, el de la tecnología, el VAR y los partidos un lunes a las 20.30 horas, el que no llora, no mama o, en lenguaje reglamentario, las faltas no solo son, sino que también “deben parecerlo”.
Al propio Mella le demandaban algunos aficionados en las redes sociales algo más de compromiso con las artes escénicas: un grito de dolor, un revolcarse, una protesta airada. De profesión, futbolista y comercial. No sólo obligado a jugar, sino también a vender. Lo que sea necesario para arrancar al juez del encuentro de su enamoramiento con la posverdad y/o el surrealismo: el vídeo enseña una falta pero “ceci n’est pas une pipe”, que pintó Magritte. Ojalá los audios de la sala VAR que habría exigido el Deportivo a la competición revelen cómo alguien le musita a Lax Franco en el pinganillo: “Oye, que sí lo patean, pero no me transmite el impacto como sí lo haría un Daniel Day-Lewis”. De ahora en adelante, pensemos si nos merece la pena darle más minutos a Diego Gómez o a Adrien Brody.
¿Qué no es David Mella? Un actor. ¿Qué no pareció el árbitro? Coherente. Cerremos así el asunto y celebramos que en ese enredo entre el ser y el parecer, también se coló el merecer.
El Dépor puntuó en Castalia pese a todo y una parte de ese todo fue que tuvo uno de esos días. Cualquier deportivista lo intuía cuando iban diez minutos de partido: el pase poco tenso que se queda unos centímetros corto, la disputa a la que se llega medio segundo tarde. La caza y la perrita. Fue una versión fofa y errática de los coruñeses. Cualquier deportivista supo también en cada uno de los 90 segundos transcurridos desde el saque de centro de la reanudación que el Castellón iba a marcar el segundo gol. Y así ocurrió. Cualquier espectador neutral pudo pensar que los locales merecieron más. Pero eso también lo tiene el fútbol: que cuando el “ser” vale lo que vale, imagínate con qué pitorreo te puedes tomar el “merecer”.
Manuel Álvarez
Podcast ‘¡Cuánto sufrimos, Martín!’