Nadie dijo que fuese a ser fácil, pero tampoco pensamos que tenía que convertirse en algo tan frustrante. El Básquet Coruña está con un pie de vuelta en el segundo escalón del baloncesto español, ahora denominado FEB Oro. Volverá a la jungla en la que un gigante, Estudiantes, cumple su cuarta campaña consecutiva y con visos de abocarse a un playoff para poder dar el salto. Allí donde Burgos lidera y Fuenlabrada, Betis y, sobre todo, Obradoiro quieren y no acaban de poder. En ese purgatorio en el que, en fin, ciudades con pasado en la ACB, como San Sebastián, Mahón, Alicante o Valladolid sufren por evitar un cruento descenso. Lo que cuesta subir y lo sencillo que parece caer… Lo doloroso que sería hacerlo.
Duele porque nos está gustando, porque A Coruña ha demostrado que quiere y merece ACB y que, para contradecir lo que durante tanto tiempo abonaron los fabricantes de excusas, no era cierto que en la ciudad solo hubiese espacio para el fútbol. La eclosión del baloncesto ha llegado cuando va más gente que nunca a Riazor.
Regresemos al verano y enfoquemos hacia la polémica que tamizó los preparativos del curso. Se habló y se polemizó sobre el Coliseum, sobre cómo y cuándo iba a estar a punto, sobre si habría la posibilidad de construir en él un nuevo hogar, la casa del baloncesto coruñés que también es gallego porque muchos seguidores se acercan desde diferentes puntos de la comunidad. Justo eso fue lo que mejor se resolvió. Concello y club hicieron su trabajo y el Coliseum no deja de lucir lustroso desde aquella inolvidable tarde en la que se recibió y se ganó al Real Madrid. Entonces nos ilusionamos con un proyecto sólido que en realidad tenía algún cimiento dudoso.
Solo se equivoca aquel al que le encomiendan que tome decisiones y de ventajistas está el mundo lleno, también de Manoletes expertos en la lidia del toro pasado. Quienes de puertas adentro fallaron en sus valoraciones o aquellos que pusieron el foco equivocado son seguro los primeros en lamentarlo. Casi todos son los que poco antes habían contribuido a dar el salto a la ACB. Los fracasos sirven como aprendizaje, peor es hacer las cosas mal y no saberlo.
Quedan nueve partidos y semeja que un imposible por delante. Primero hay que pelearlo (que los generales emitan mensajes de rendición no ayuda a que la tropa se faje en la batalla), después tentarse las vestimentas y ver que trajes sirven para no volver a quedarse en pelotas. Y rescatar lo bueno que dejan todas las experiencias. Identificar lo que ha dejado el baloncesto en la ciudad en este curso no resulta complicado: se ha forjado una afición numerosa, nuevos seguidores se han acercado al equipo y la inmensa mayoría perciben que, más allá de los malos resultados, eso que los marquetinianos llaman “experiencia de usuario” es grata. Quizás haya sobrado un punto (o dos) de buenismo y de falta de exigencia, pero en la cara b de esa moneda debería estar impresa la fidelidad. Y queda entender, que como bien dice un cercano amigo mío, los proyectos son las personas. El club debe agregar las adecuadas para, al margen de la categoría, avanzar desde una implicación cada vez mayor del tejido social y empresarial de la ciudad. A partir de un músculo financiero, y sobre todo sentimental, se puede consolidar una estructura propia de una entidad que mueve cada quince días a más de 7.000 personas.
Porque ascender ya vimos que cuesta años, incluso décadas, pero es posible. Pero solo con una buena base de liderazgo (que lo hubo no hace tanto) y talento podremos pensar que el salto hacia atrás tiene algo más que un rebote. Y este año habrá sido un inicio y no una meta.