A la FIFA, como a otras tantas organizaciones deportivas, siempre le ha gustado llevar sus negocios en silencio. Si echamos la vista atrás, no resulta complicado adivinar el porqué. El conocido como FIFA Gate le explotó en las manos a Sepp Blatter y a todos sus secuaces. Blatter llegó a la cima después de haber trabajado, como buen suizo, en una conocida marca de relojes que era el cronometrador oficial de los Juegos Olímpicos. En Múnich 1972 estuvo implicado en la polémica final de baloncesto en la que la Unión Soviética batió por primera vez a Estados Unidos. Gianni Infantino, el presidente actual, también es suizo. Y abogado, ojo. Y en su caso, con un bagaje previo en el fútbol, como alto cargo de la UEFA. Nada nuevo. La política del deporte también está llena de manchas.
