Una vez más deja mucho que desear el trato recibido por el Liceo en Cataluña. El club verdiblanco denunció públicamente la negativa del Igualada a adelantar su partido del pasado domingo. La previsión meteorológica hacía esperar que el equipo coruñés pudiera encontrarse con la imposibilidad de regresar a Galicia este lunes, como así acabó sucediendo. De ahí la indignación. De ahí, el silencio –al menos público– de la entidad azulgrana.
Es de todo menos escueto el historial delictivo de los clubes catalanes con nuestro querido Liceo, que ha tenido que soportar de todo en medio siglo de constantes desplazamientos a tierras catalanas. E incluso sin tener que moverse hasta allí. Como cuando el Noia se niega a jugar la final de Copa de 1988, en el Palacio de los Deportes de Oviedo, por un desacuerdo con el reparto del pastel de los derechos televisivos. “Se les ha subido el champán a la cabeza”, chancea Lendoiro, máximo responsable liceísta, tras enterarse de la retirada dos horas antes del partido. Otro episodio inolvidable se produce en la temporada 1983-84, en la antigua cárcel que se había convertido en la pista del Vilanova. El local Pedro Ferrer la emprende a golpes con todo el mundo, presidente verdiblanco incluído. El comité de competición cierra la cancha por dos partidos y sanciona al enajenado jugador con veinte partidos.
La negativa a modificar el horario de un partido es poca cosa si la comparamos con aquellas aventuras y muchas más que no entran en este artículo. Lo que sí deja claro es lo mucho que molesta el Liceo a los equipos catalanes. Ya sea por sus múltiples victorias o porque les obliga a hacer un largo viaje que nunca quieren realizar.