Estrellas de carne y hueso
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Estrellas de carne y hueso

Estrellas de carne y hueso

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El Leyma Coruña organizó ayer un evento en el que dos de los miembros de su plantilla, Gus Lima y Trey Thomkins, estuvieron firmando autógrafos y sacándose fotos por espacio de una hora con un elevado número de aficionados de diferentes edades. 

 

Esta iniciativa me ha hecho retroceder varias décadas cuando todavía vestía pantalón corto. En aquellos lozanos años los deportistas de élite que podía ver por la pequeña pantalla se acercaban a A Coruña de Pascuas a Ramos, y las más de las veces no eran los que más admiraba. A pesar de ello, la celebración durante el mes de agosto del trofeo Teresa Herrera de fútbol era todo un acontecimiento al poder comprobar que las estrellas también eran de carne y hueso, como el resto de los mortales.

 

 Todo coincidía en los albores de la década de los 80 del pasado siglo, en plena ‘longa noite de pedra’ del Real Club Deportivo tras su descenso de la Primera División al término de la temporada 1972-73, una categoría que no volvió a catar hasta la 1991-92. Tener delante a futbolistas de la talla de Diego Armando Maradona, Bernd Schuster o Uli Stielike, por citar solo a tres de ellos, que un domingo sí y otro también eran reconocidos en el programa de la Televisión Española Estudio Estadio como los mejores en sus demarcaciones, te hacía creer que la ciudad herculina era el centro del balompié mundial y no estaba tan alejada de su élite. 

 

Pero no todo era fútbol y acabando dicha década, en el mes de noviembre de 1988, se celebró en el Palacio de los Deportes la final de la Copa del Rey de baloncesto de la temporada 1988-89, partido para el que se habían clasificado el Real Madrid y el Barcelona. Fue un encuentro espectacular protagonizado por jugadores que marcaron una época en el deporte de la canasta y entre los que sobresalían Fernando Martín, Audie Norris, Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’ y Drazen Petrovic. 

 

Era otro tiempo, menos globalizado, y todo lo que pasó frente a mis ojos era como un sueño hecho realidad. Quizá todo se debiese a la inocencia de un niño al ver ante sí a unos hombres vestidos de corto que me hicieron creer, y al resto de mis amigos, ser capaces de todo. Y sí, eran capaces de eso y bastante más, pues después de verlos competir el recuerdo se mantuvo vivo bastante tiempo y, aunque parezca ridículo, todavía perdura medio siglo después.

Estrellas de carne y hueso

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