Victorino González (A Coruña, 1964) vivía en el barrio de Monte Alto. Su madre quería alejarlo de la calle y lo llevó al Palacio de los Deportes de Riazor para apuntarlo a kárate. Pero como no tenía la edad mínima, acabó en judo. Una casualidad que marcó su destino.
¿Cuándo fue la primera vez que vio que era posible ir a los Juegos Olímpicos?
De pequeño no, porque iba más a jugar que a otra cosa. Me lo empecé a tomar en serio con 12 ó 14 años. Empecé a tener resultados y dos años antes de Seúl el seleccionador me planteó que le gustaría contar conmigo. Teníamos dos años para clasificarnos y a partir de ese momento fuimos a tope. Fui campeón de España en 1984, en 1985 quedé campeón de los Juegos Iberoamericanos, y en 1987 gané los Juegos del Mediterráneo.
¿Creía en el objetivo?
Una forma de protegerme era no ponerme objetivos a largo plazo. Ir pasito a pasito, disfrutando un poco del camino e intentar hacerlo lo mejor posible. De hecho no conseguí la clasificación hasta dos o tres meses antes. En el último torneo que hubo tenía que sacar medalla. La conseguí y entonces ya me clasifiqué.
Un viaje muy largo a un país completamente diferente.
El viaje fueron 24 horas. Hicimos un par de escalas, pero estuvimos casi 24 horas metidos en el avión. Estuvimos alrededor de 15 días. Llegamos la semana antes de competir para adaptarnos al cambio horario y aprovechar esa semana para hacer la puesta a punto física y técnica. Entrenábamos todos los días, por la mañana hacíamos físico y por la tarde trabajos tácticos. No nos dio tiempo a mucho más, solo a ver algún partido de baloncesto y a cruzarnos por la Villa con Carl Lewis. La siguiente semana ya era la de competición y quería verla toda y me pasaba de ocho a diez horas en el pabellón.
¿Y desde A Coruña, en su casa, cómo lo vivieron?
Las competiciones de judo son largas porque tienen que ir pasando todos los deportistas e igual entre una eliminatoria y otra hay una o dos horas. Mis padres, que tenían un negocio, me contaron que entre combate y combate estaban en el trabajo y cuando me tocaba competir se iban corriendo al bar de la esquina para verme.
¿Cómo fue su competición?
Hice cinco combates. Primeros dos, que gané, y en el tercero me tocó con el campeón olímpico y perdí. Estaba dentro de lo previsto. Ya eran cuartos de final y fui a la repesca. Gané el primer combate y luego perdí el que me daría acceso a luchar por la medalla de bronce, así que fui séptimo al final.
¿Qué pasó en ese combate?
Tuve un pequeño despiste, que no salí muy concentrado, y el rival me hizo una técnica, y luego intenté remontar, pero él ya estaba a la defensiva y aunque lo fueron sancionando, no conseguí remontar. Aún creo que pude haberlo ganado.
¿Le quedó esa espina?
Antes de los Juegos hubiese firmado ese séptimo puesto. Pero una vez allí... te da rabia. Pero el deporte es así.
¿Le hubiese gustado llegar a Barcelona 1992?
El año anterior a Barcelona quedé campeón de España y querían contar conmigo. Yo estaba muy bien físicamente, pero psicológicamente no. Hacía tres entrenamientos diarios y tenía mi jornada laboral. Los fines de semana estaba casi siempre fuera. Fue un ritmo que me saturó.