Roberto Naveira (A Coruña, 1970) estuvo doce años dedicado al judo profesional. De Barcelona 1992 se quedó a las puertas, aunque vivió la experiencia olímpica como reserva. En Atlanta 1996 se clasificó y disputó tres combates. Y peleó hasta el final por estar también en Sidney 2000. Ahora, como entrenador, guía los pasos de diferentes estrellas, como la panameña Lilian Cordones a la que tuteló desde A Coruña, pero que finalmente no estará este verano en París.
¿La presencia de Victorino González en Seúl 1988 le abrió las puertas a soñar con los Juegos Olímpicos?
Un poco sí. Si él lo había logrado, y yo había compartido entrenamientos con él, ¿por qué yo no iba a poder?
¿Siempre entrenó en A Coruña, sin moverse de casa?
Nunca me quise ir. Pero sí es cierto que una vez al mes íbamos a entrenar fuera porque siempre nos quedábamos después de los grandes campeonatos a entrenar con nuestros rivales. Mi base estaba aquí, con el Judo Club Coruña y con Bernardo Romay, mi gente. Pero viajaba mucho y todos esos viajes los aprovechábamos también para subir el nivel deportivo y competitivo.
Antes de ir a Atlanta, se quedó a las puertas de Barcelona 1992. ¿Fue una decepción?
Al contrario. Estar allí en la Villa, vivir lo que era, me dio alas para intentar clasificarme para los siguientes. Después fui a Atlanta 1996. Y también luché para clasificarme para Sidney 2000. Pero solo hay una plaza por país en cada categoría de peso y en España había un judoca que era mejor que yo. Al final fueron doce años a nivel profesional dedicándome a esto. Y solo pude ir a unos Juegos. No todos podemos ser como Teresa Portela.
¿Cuáles son sus mejores recuerdos de los Juegos Olímpicos?
No teníamos móviles para hacernos fotos pero usábamos cámaras de esas de usar y tirar. Me acuerdo que me saqué una foto con Dolph Lundgren, que es el que hizo de malo ruso en Rocky IV, un alto rubio. También vimos a Casius Clay, a, Michael Jordan... pero como estaba centrado en lo mío, casi no les presté atención. Realmente vas a competir, te acuestas a tu hora y haces tus cosas de entrenamiento.
¿No tuvo tiempo para la diversión?
Estar en la Villa es muy divertido. Hay un ambiente muy social, es como si fuera Carnaval todos los días, hablas con todo el mundo. Además es un ambiente muy sano, no hay estas cosas que pasan, por ejemplo, en el fútbol, que las aficiones se pelean. Si ves a un grupo de mexicanos disfrazados, te saludas y te unes a ellos.
¿Y deportivamente cómo fue la experiencia?
Gané dos combates, pero perdí el tercero contra un rival al que ya había vencido en el Mundial. Yo creo que me desconcentré un poco, pensando ya en el siguiente combate, que me tocaría contra uno de los mejores de la historia. Iba ganando por la mínima y faltaban 30 segundos. Yo pensaba en perder el tiempo, hacerle una técnica e irnos al suelo. Pero me estaba esperando a la contra, me hizo un wasabi y cuando miré el reloj solo quedaban 15 segundos y no me dejó ni acercarme. Eso me enseñó que los combates terminan cuando terminan, no 30 segundos antes Estuve tres años sin poder ver ese combate. Me dejó a las puertas de poder luchar por las medallas.
¿Es un orgullo ser olímpico?
Tiene sobre todo una repercusión personal, la satisfacción por mejorar siempre, por aprender, por seguir adelante aunque pierdas. Obviamente, no lo hacemos por dinero. Si no tuviéramos esa motivación de superarnos día a día no lo haríamos porque repercusión social no hay.