Hace escasos días el gallego Tariku Novales se situó cuarto en el ránking nacional de todos los tiempos en la prueba de maratón, con 2h 07:18, mínima para los Juegos Olímpicos de París, a la par que significaba un nuevo récord autonómico, batiendo los 2h 07:54 logrados en Rotterdam por el malogrado Alejandro Gómez.
Estamos en una época en que la tecnología aplicada a la industria de la indumentaria ha generado una evolución constante en el calzado de los atletas, a la par que los circuitos son más ‘amables’ para poder lograr grandes marcas, nada se deja al azar. Estamos en la era de los Eliud Kipchoge, que con 2h 01:09 tiene el tope mundial, Kiptum, Ngeno, Beriso... Pero hubo quien les abrió el camino, el atleta que elevó el maratón a la categoría de proeza. No es otro que Abebe Bikila.
El 10 de septiembre de 1960, un etíope desconocido corría descalzo el maratón olímpico de Roma, ganando y estableciendo un nuevo tope mundial, nacía la leyenda.
Pero, ¿quién era Abebe Bikila? Nacido el 7 de agosto de 1932, creció en la más absoluta miseria junto con su hermano Albalonga, que para entretenerse y cazar, ambos corrían en las llanuras etíopes con animales para ver quien se cansaba primero.
Abebe se buscó un medio de vida y gracias a su perseverancia entró en la Guardia Imperial de Haile Selassie, el emperador de Etiopía, el cual le presentó a un entrenador sueco que sería determinante en su carrera, Onni Niskanen.
El técnico pronto vio las posibilidades de Bikila, con el cual se afanó en mejorar su técnica y su estilo. Poco a poco comenzó a despuntar y a ganar pruebas de fondo y batiendo récords en el campeonato de las Fuerzas Armadas, entre ellas el maratón. Sin embargo, fuera de su país no lo conocía nadie y no fue seleccionado para los JJOO de Roma. Pero el destino, tantas veces caprichoso, quiso que Abebe fuera de la partida, ya que uno de los atletas seleccionados para el maratón se lesionó jugando un partido de fútbol.
Su victoria en la prueba más larga del programa fue inapelable, batió el record de mundo y además lo hizo descalzo, ya que las zapatillas que le ofrecieron –unas Adidas, que por aquel entonces era el patrocinador de los Juegos Olímpicos– no le resultaban cómodas, por lo que decidió correr con los pies desnudos ante la desesperación de su entrenador.
Bikila tuvo tiempo para pararse frente al obelisco de Axum, que fuera robado a su país natal en 1937 por el ejército italiano durante la Segunda Guerra Italo-Abisinia. Allí detuvo su marcha unos segundos para honrar a sus compatriotas caídos. A partir de la victoria y su gesto se transformó en un héroe nacional y mundial, y fue requerido por todas las marcas deportivas, pero él se mantenía en su postura.
Puso todo su empeño en los JJOO de Tokio 64, pero el camino para ser un mito exige superar las pruebas que te tiene deparado el destino. Mes y medio antes fue operado de apendicitis. Parecía que el sueño tocaba a su fin, pero nada más lejos de la realidad, a lo pocos días volvió a entrenar y se colgó su segundo oro olímpico, esta vez con un nuevo récord de la cita, y esta con zapatillas.
Se convertía en el primero que lograba el doblete olímpico en maratón, algo que después solo conseguirían el alemán oriental Waldemar Cierpinski (1976 y 1980), aunque este se benefició del boicot americanos a los Juegos de Moscú, evitando así un nuevo duelo con el estadounidense Frank Shorter, amén de la sospecha de dopaje que siempre se cernió sobre la RDA.
Kipchoge, oro en Río 2016 y Tokio 2020, tiene todas las papeletas para conseguir el primer triplete. Bikila lo intentó en México 1968, aun siendo consciente de que la altitud no le beneficiaba. En el kilómetro 17 decidió parar, totalmente extenuado, pero nada le detuvo en su sueño y rápidamente comenzó a preparar los Juegos de Munich 1972.
Pero un año después de la cita mexicana sufrió, en Adis Abeba, un aparatoso accidente con el coche que le había regalado el gobierno por su victoria en Tokio, al intentar esquivar a un grupo de estudiantes en una manifestación. Quedó parapléjico, algo que aceptó con una gran entereza. “Los hombres de éxito conocen la tragedia. Fue la voluntad de Dios que ganase en los Juegos Olímpicos, y fue la voluntad de Dios que tuviera mi accidente. Acepto esas victorias y acepto esta tragedia. Tengo que aceptar ambas circunstancias como hechos de la vida y vivir feliz”, dijo Abebe.
El 25 de octubre de 1973, un infarto cerebral por las complicaciones surgidas del accidente, acababa con el mito y el hombre. Y nacía la leyenda.