La convicción de Rafael Louzán, recién estrenado en la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol, respecto a las opciones de la candidatura de Valencia ha disparado la inquietud en varias de las sedes que han pasado el corte de la FIFA para acoger el Mundial 2030. “Soy un valencianista más”, asumió en kennediana sentencia el dirigente pontevedrés, que no cesa de advertir que en los próximos meses tampoco sería descabellado que algunas ciudades que han cumplido en tiempo y forma con las exigencias que les pedían se caigan de esa relación de veinte escenarios que la FIFA considera ahora desmesurada, una relación de sedes que a los mandatarios futbolísticos no les importaría rebajar. Y si 20 son muchas, 20 y Valencia aún son más. Dentro de año y medio, sin ir más lejos, el Mundial de 2026 se configura en torno a 16 estadios después de que varios avatares financieros dejasen al margen a Chicago, Minneapolis y Montreal.
Valencia trata de rescatar el mausoleo en el que se había convertido el Nou Mestalla. Louzán dice que la ciudad va a ser sede “sí o sí” y en esa afirmación se encierran dudas respecto a otras ciudades. Una información de la Cadena SER sobre que una sede del norte de España y otra del sur y otra marroquí están puestas en duda han desatado las especulaciones respecto a si A Coruña podría ser la ciudad norteña en entredicho. Diversas fuentes consultadas por este diario aseguran, bajo garantía de confidencialidad, que no es así. Aunque las alertas están encendidas, la candidatura está perfectamente asentada. “No habrá problemas, pero A Coruña debe hacer los deberes”, desliza también un portavoz vinculado a la organización mundialista. Esas mismas fuentes confirman que las dos opciones que en este momento se perciben más débiles por la FIFA en territorio español son, en efecto en el sur, Málaga. Y en el norte… San Sebastián. En Marruecos la sede que puede caerse es la de Tánger.
La capital guipuzcoana flojea en cuestiones que se consideran capitales como la escasez de conexiones aéreas y el tejido de plazas hoteleras en ciudad y entorno, una cuestión esta última en la que A Coruña es especialmente fuerte. A Málaga se le achaca haber presentado un proyecto “excesivamente verde” que no ofrece soluciones a cuestiones básicas. La Nueva Rosaleda se ha presupuestado en nada menos que 230 millones de euros y son sus propietarios (Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía) las que apuntan que asumen ese coste, aunque matizan que están en busca de financiación privada para poder hacerlo. Un galimatías que invita a la FIFA a arquear la ceja. Y no son pocos los políticos locales que expresan sus dudas sobre si existe capacidad para embarcarse un plan que el Málaga tampoco ve con buenos ojos.
“A día de hoy no tenemos noticias de que vayamos a quedarnos fuera del Mundial”, apunta el alcalde malagueño Francisco de la Torre. Por su parte, San Sebastián es según la FIFA la peor de las opciones españolas en cuanto a alojamiento con una nota de 2 sobre 5, la única sede de nuestro país que suspende. A Coruña duplica esa nota.
Con todo, hay también una variable que favorecería las opciones de coruñesas y es la geoestratégica y, de alguna manera, política para mantener equilibrios territoriales. La entrada de Valencia propiciaría un vuelco hacia el Mediterráneo que ya plantea que se pueda prescindir de la segunda sede catalana, la de Cornellá-El Prat. ¿Quiere esto decir que A Coruña está blindada? En absoluto. En la FIFA consideran que hay mucho por hacer en la candidatura y el peligro de que el Mundial 2030 no se juegue en A Coruña existe. Pero en este momento San Sebastián, Málaga e incluso Cornellá-El Prat lo tienen más complicado.
En la candidatura herculina hay una hoja de ruta que describe los próximos pasos a dar, se apunta además que la mala nota de la FIFA en cuestiones de movilidad a destinos internacionales es fácilmente subsanable y se apunta más a tejer puentes para sacar adelante fórmulas de colaboración público-privada que financien las obras a llevar a cabo en el estadio y su entorno. Se trabaja además en un modelo de coliseo que haga crecer el estadio en aquellas localidades que primero se agotan, las más económicas. Y se acaricia la idea de dotar a Riazor de un carácter que lo aleje de la estandarización arquitectónica imperante.