LA LUPA | Mirandés 2-2 Deportivo: Dos caras y una vida extra
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LA LUPA | Mirandés 2-2 Deportivo: Dos caras y una vida extra

LA LUPA | Mirandés 2-2 Deportivo: Dos caras y una vida extra
Zaka es agarrado por Egiluz en la acción del penalti | FERNANDO FERNÁNDEZ

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Arrancó con el plan perfecto para tomar el fortín de Anduva. Presión alta sin perder la cohesión entre líneas en fase defensiva, colmillo para aprovechar cualquier recuperación. Así comenzó el Deportivo mandando en Miranda. Mandando al rincón de su propio ring al segundo mejor local de la categoría y evidente candidato al ascenso, un Mirandés que, en su hogar, es capaz de imponer siempre el guion que desea. No lo hizo en una primera parte en la que el Dépor contuvo de maravilla. Tanto que solo su falta de veneno le negó la posibilidad de irse con mayor renta al intermedio. 

 

Pero tras el descanso, todo cambió. Lisci se entregó al fútbol directo con un doble cambio ganador. Y lo que antes era comodidad se convirtió en estrés. El Mirandés dio un giro radical al timón. El Dépor no supo cómo reaccionar y enseñó la otra cara. La de un equipo superado, incapaz de frenar el vendaval de su rival. Pero también impotente a la hora de construir. Así llegó la merecida remontada de un rival dominador en el juego directo y al que su falta de paciencia le impidió dar la puntilla a un Deportivo tocado y herido. Pero no muerto, como se encargó de demostrar en un arreón final. 

 

Ahí, con todo perdido, el regreso de Mario al puesto de cerebro, la presencia de más referencias entre líneas sin perder presencia en área y la polivalencia de Villares para dinamizar también la banda derecha le dio esos últimos arrestos para encontrar una vida extra y sacar un valioso punto del fortín burgalés.

 

Atacar el espacio

El Dépor salió sin complejos a Anduva. Con la intención de no esperar al Mirandés. De provocarle. De querer manejar el rumbo del partido. Para ello, Óscar Gilsanz ideó una presión alta en la que la gran novedad fue el rol de Mario Soriano. En vez de estructurarse en su habitual 4-4-2 defensivo, el Dépor consolidó una presión dibujada a partir de algo más parecido a un 4-2-1-3 en el que Mario ejercía como marcador de Gorrotxa, eje del equipo jabato.

 

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Soriano, ajustado para dejar sin salida al Mirandés.

 

Así, el Mirandés no encontraba salida sobre el mediocentro cedido por la Real Sociedad, pero tampoco sobre los interiores Reina y Lachuer, controlados por Jurado y Villares en un tres para tres sin remedio. Con sus tres centrales vigilados por Barbero y los dos extremos del Dépor y con Petxa pendiente de ‘saltar’ a por un Iker Benito que ejercía de carrilero izquierdo, al bloque de Lisci solo le quedaba como solución jugar directo sobre Panichelli e Izeta. Una idea que está bien como recurso, pero no como discurso. Sobre todo porque cada duelo perdido contra los centrales del Dépor era un posible segundo balón ganado que el conjunto deportivista convertía en realidad. Todo gracias a sus óptimas distancias entre líneas.

 

De este modo, varias recuperaciones se convirtieron en ofensivas dañinas. La primera acabó en el palo de Yeremay tras pared con Mario Soriano. La segunda, en el gol de Diego Villares, que encontró en Petxa un amigo sobre el que descongestionar tras ganar uno de esos segundos balones. El lateral puso la pausa necesaria a la jugada, pero Villares dibujó un desmarque para introducir la velocidad. Con Petxarroman atrayendo a Benito y Mella abriéndose para llevarse a Parada, el Deportivo generó una fuga de agua en la defensa de tres local. No la taponó Lachuer, que dejó de perseguir al capitán blanquiazul al entender que un amigo de rojo le relevaría en la marca. No fue así y Diego se coló por la rendija para plantarse ante Raúl Fernández para definir. Simplemente por entender que había que atacar el espacio.

 

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Villares detecta el espacio en la acción del 0-1.

 

Juego directo para no sufrir, pero tampoco golpear

Esa fisura en la última línea que el Mirandés suele conceder en determinadas situaciones de juego -y que ya fue aprovechada por equipos como el Cádiz- era une evidente debilidad que el Dépor tenía detectada y que trató de explotar con la posición de Mella muy abierto y un futbolista de segunda línea llegando para atacar ese espacio. Lo consiguió Villares y lo intentó Petxa alguna que otra vez con movimientos al espacio.

 

Sin embargo, poco a poco, el equipo deportivista fue cayendo en la tendencia de jugar cada vez más directo. Lógico teniendo en cuenta la presión alta del Mirandés, pero también el marcador en franquía. Había posibilidades en esas acciones, pues el cuadro local concedía en ocasiones situaciones de igualdad numérica y el Dépor tenía a un Barbero que es mucha más garantía que Zaka para esas acciones. 

 

Sin embargo, pese al buen trabajo del almeriense, el conjunto deportivista no logró generar situaciones a través del fútbol en largo, como sí hizo en Albacete o contra el Cartagena. No importó demasiado, pues ese fútbol le servía para no perder balón en campo propio y volver a exigir al Mirandés un ataque organizado desde el que no lograba hacer mella en el bloque deportivista.

 

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Las contras, una tarea suspensa: el Dépor dispuso de transiciones, pero no las concretó.

 

De hecho, más bien sucedía al revés. Porque el conjunto deportivista podía estar protegido y seguir sumando robos desde los que fabricar contragolpes. Así, fueron varias las transiciones ofensivas prometedoras que el Dépor no culminó por una mala toma de decisión o una peor ejecución en el último pase. Situaciones muy claras para poder ampliar la ventaja que parecieron menos perjudiciales porque el equipo vivía muy cómodo. Como muestra, los escasos dos remates del Mirandés en el primer acto. Uno de ellos, tras un dudoso penalti que Lachuer estampó en el palo y no sirvió para cambiar la tendencia.

 

Un Mirandés incontenible

La pena máxima no modificó el discurrir del choque, pero sí lo hizo la doble modificación de Lisci al descanso. El técnico detectó que a su equipo no solo le faltaba profundidad por banda, sino también dominancia a la hora de ganar un juego directo en el que la escasa presencia de Panichelli no era suficiente. 

Para modificar la tendencia, apostó por romper el 3-5-2 de su equipo y reestructurarlo en un 4-4-2 muy asimétrico, con un Hugo Rincón que partía de lateral pero cogía mucha altura y el teórico extremo derecho Joel Roca ejerciendo como mediapunta por detrás del propio Panichelli y Butzke. Con otro poderoso ariete (1,93 metros) al lado del argentino, el Mirandés condicionó a los centrales del Dépor y empezó a ganar disputas o a recoger segundos balones.

 

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Un empate a base de duelos: así llegó el 1-1.

 

De este modo, el equipo local seguía atrayendo al Dépor con unos primeros pases cortos para, posteriormente, jugarle en largo. El combinado coruñés caía en la trampa, pensando en que el plan de la primera parte podía seguir valiéndole. Pero no era así. Porque ni podía robar -o al menos incomodar la salida de balón de su rival-, ni era capaz de imponerse en el juego directo. 

 

Cada balón directo era un dolor de muelas para el conjunto deportivista. Y así, llegó el primer gol. En una segunda jugada tras un saque de banda en la que Panichelli logró conectar con Butzke y atacar de nuevo su dejada de cabeza para mandar el balón al palo y que Joel Roca cazase el rechace. El 1-1 terminó de darle la confianza necesaria al Mirandés y certificó el cambio de guion. Los de casa juntaban a muchos futbolistas amenazando la última línea deportivista y otros tantos llegando en segunda oleada. Entre ellos, el indetectable Roca, que jugaba a la espalda del centro del campo deportivista.

 

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El Dépor trata de salir a presionar, pero el Mirandés le ataca con muchos futbolistas a su última línea y Roca encuentra el espacio. 

 

Y precisamente en un movimiento diagonal de Joel Roca, surgió el 2-1. Con el Dépor en un bloque relativamente alto, el Mirandés detectó el espacio a espaldas de la zaga visitante y con un simple balón directo, giró el bloque rival, que además vivía condicionado por la nutrida presencia de rivales amenazándole. Jurado, situado como central de circunstancias para igualar la densidad enemiga, no pudo parar la carrera de Roca, que colocó el pase atrás para que Pablo Martínez llegase a cortar, pero impactase con el brazo su propio y rocambolesco rechace. Penalti y remontada.

 

Un plan de emergencia y la reacción final

El 2-1 pareció ser la puntilla definitiva para el Dépor. Porque aunque quedaba partido por delante, el resultado terminó de nutrir de fe a la escuadra rojilla y cortocircuitó los plomos de un bloque deportivista que no encontraba la forma de defenderse del bombardeo, pero tampoco las ideas para atacar. La entrada de Mfulu por José Ángel no terminó de frenar la sangría en el segundo balón -más bien al contrario-, mientras que la presencia de Mella en el lateral apenas tuvo efecto. No por el canterano, sino porque el Deportivo no encontraba el camino para progresar y poder encontrar el ‘17’ en posiciones ofensivas.

 

Mejor le sentó al equipo la reubicación de Villares en el lateral derecho. No solo para dotar de nuevas energías ese carril, sino porque ese movimiento permitió que el Deportivo pudiese acercar a Soriano a la base de la jugada sin perder presencia entre líneas gracias a Diego Gómez y a Yeremay Hernández, que pasaron a pisar cada vez más posiciones interiores. 

 

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El Dépor junta referencias por dentro y Yeremay recibe para girar el juego hacia Villares e iniciar la acción del 2-2.

 

Ellos, junto a Cristian Herrera, terminaron de dar alguna solución más al equipo. Y ante un Mirandés ansioso por matar el partido, encontraron los espacios para concederle una oportunidad más al Dépor. Yere aclaró el panorama girando el juego al lado débil, Villares volvió a atacar el espacio y llegó el necesario centro al área que no acabó en gol, pero sí en penalti para alcanzar esa vida extra que parecía ya en limbo.

 

 

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