Poco después, apenas habían pasado unos minutos, regresó a aquel córner en el que celebró el gol de su vida y le hizo una confesión al juez de línea: “Tengo los pelos de punta”, el trencilla sonrió. Allí había acabado la carrera que siempre soñó completar y más desde aquel traumático descenso a Segunda de 2018. Se trataba de devolver algo de lo que en su día él sintió que había quitado al club, a la ciudad, a su gente, a sus colegas, a sí mismo. Lucas Pérez marcó el gol que todo coruñés sueña, el gol que todos esperamos cuatro eternos años. “Me decían loco. No entendían lo que es el Deportivo”, confesó tras aquella catarsis. Y luego se acordó de los que no están: “Ojalá mi abuela me hubiera visto lograr esto en Riazor”.
El gol que tardó cuatro años comenzó en Elviña, en la Leyma, en la Torre, con esos abuelos que le criaron y ese Victoria que le mimó, con el sinsabor de quedarse siempre a las puertas del Deportivo, que siempre elegía a otros para su fútbol base. Ese gol se forjó en exilios en Vitoria, Madrid, Ucrania o Grecia, en la ilusión del regreso y el vaivén del fútbol que te lleva al triunfo y a la derrota, a sentir que al final algo debías y a tener la dicha de poder pagar esa deuda. Lucas es, todavía a día de hoy, el mejor jugador del Deportivo, el faro que marca el camino de Mella y Yeremay. “Todo el mundo apoyando a nuestro equipo…”, deslizó orgulloso aquel 12 de mayo. Lucas también vivió la desdicha del guerracivilismo que tanto dañó al club. Y a él.
ORGULLO
“Me decían loco. No entendían lo que es el Deportivo”, explicó Lucas
“Vi a Pablo Vázquez junto a la barrera y pensé que la pelota tenía que pasar por ahí”. Así empezó Lucas la descripción del gran momento deportivo en la ciudad en 2024. Iban diez minutos de la segunda parte en Riazor de un partido en el que la victoria contra el filial del Barcelona (con cuatro futbolistas que ya están en el primer equipo: Casadó, Bernal, Gerard Martín y Pau Víctor, y uno en el Chelsea: Marc Guiu) valía el ascenso, o quizás mejor: significaba salir del barro, del lodazal de la Primera RFEF. Un centro al área, una serie de rechaces y un plantillazo de Moha Moukhliss sobre Pablo Martínez en la medialuna del área desencadenaron todos los acontecimientos. Lucas se fue a por la pelota. Lo tenía claro, tanto como que tenía que echarle calle a aquello para centrar un metrito la posición del esférico respecto a la portería. La idea era que el portero Ander Astralaga dudase entre si el lanzamiento le iba a llegar por encima de la barrera o directo a su palo. Y aún había más opciones. Tres meses antes, también en Riazor, Lucas le había marcado un golazo al Tarazona tras imprimirle a la pelota un efecto endiablado que sorteó la barrera por fuera. También tras una falta sobre Martínez y casi en el mismo punto que esa que opción tenía ahora ante sí.
Pero la referencia era Vázquez, el líder de la zaga deportivista marcó la referencia y se apartó a tiempo. La pelota pasó justo por ahí en dirección a la parte de la red más próxima al palo que defendía el portero, entre tapado y sorprendido. Riazor estalló en júbilo como en las grandes ocasiones. En la portería del gol de Donato que encarriló la Liga, la de los dos goles de Stojadinovic o la diana de Marchena que valió el último ascenso a Primera. Allí encontró Lucas la eternidad y la gritó hacia la esquina de Preferencia con Pabellón. Se abrazó a los recogepelotas, futbolistas de la base del club, y allí se fundieron presente y futuro mientras llegaban el resto de compañeros. Aún hubo tiempo, al final de aquel minuto inolvidable, para un último abrazo con Diego Villares, el único futbolista que jugó las cuatro campañas en el barro. 91 jugadores, 5 entrenadores y 3 directores deportivos fue el desorbitado peaje humano que hubo que pagar antes de disfrutar del gol que soñamos durante cuatro años y que se hizo realidad el 12 de mayo de 2024.
91 JUGADORES |
Pasaron por el Deportivo durante las cuatro campañas que el equipo militó en la tercera categoría del fútbol español. También 5 técnicos y 3 direcciones deportivas. |
Pero el chico de Monelos que atrajo la atención planetaria cuando decidió romper su contrato con el Cádiz en Primera División para bajar dos categorías y alistarse en el Deportivo había esperado todavía más tiempo. Ya le había marcado un gol memorable al Barcelona, al primer equipo, y en el Camp Nou, el que puso al equipo en la vía de una permanencia agónica en la élite. Entonces hubo quienes explicaban que aquellos éxitos eran fracasos. Ya no. Tras una penitencia como la que sufrió el Deportivo subir a Segunda era algo más que un éxito. Era la vida.
Así que Lucas le dio aquel abrazo a Villares, se quedó solo ante la multitud, alzó los brazos, cerró los ojos mientras daba una vuelta sobre sí mismo y del alma (blanquiazul) le salió un grito liberador: “Diossssss”.