El Deportivo firmó ante el Tenerife una de sus actuaciones más pobres de la temporada, tanto en el plano individual como en el colectivo, especialmente en fase ofensiva. Fue un cúmulo de imprecisiones, decisiones desacertadas y errores que cristalizaron en una estadística demoledora: por primera vez en toda la campaña, el conjunto coruñés no logró efectuar ni un solo disparo entre los tres palos. Nueve remates totales —siete desviados y dos bloqueados— rubricaron una noche deslucida en Riazor, en la que el equipo estuvo desorientado, falto de ideas y sin respuesta.
La falta de pegada no solo fue numérica, sino también simbólica, ya que se agravó respecto a encuentros anteriores en los que el bagaje ofensivo también había sido escaso. En la victoria ante el Racing de Ferrol (1-0), en el empate contra el Zaragoza (1-1) y en la dura derrota contra el Mirandés (0-4), los coruñeses apenas firmaron dos tiros a portería. Frente al Tenerife, ni siquiera eso. Y las sensaciones en esta ocasión fueron incluso más alarmantes que las meras estadísticas.
El Dépor nunca consiguió tejer una jugada ofensiva con pausa y precisión. Apenas transitó con claridad por zonas intermedias y terminó la primera mitad con un balance paupérrimo: solo dos intentos de gol, uno de Mario Soriano que fue bloqueado y otro de Zakaria Eddahchouri que se marchó ligeramente desviado. En la reanudación, el equipo acumuló más aproximaciones, aunque inducidas por la necesidad del Tenerife de adelantar líneas, lo que generó espacios que los blanquiazules no supieron explotar.
La falta de continuidad en el juego, la ausencia de control del ritmo y la desconexión general provocaron un ataque caótico, en el que cada futbolista pareció actuar por libre. Las llegadas al área rival se produjeron de forma esporádica, nacidas de destellos individuales —especialmente de Yeremay— o a balón parado, pero sin hilo conductor colectivo.
Más allá del intento de Eddahchouri en el primer acto, las acciones de relativo peligro se pueden condensar en apenas cuatro escenas: una jugada personal de Yeremay que culminó con un disparo rozando el poste, un cabezazo desviado del propio Eddahchouri tras un córner lanzado por Mella, un chut demasiado cruzado de Hugo Rama y un testarazo forzado de Denis Genreau en los minutos finales que se fue por encima del travesaño.
Esta sequía ofensiva tuvo su origen en las dificultades para generar desde atrás. La salida de balón fue espesa, las transiciones carecieron de ritmo y, en contadas ocasiones, los atacantes recibieron en ventaja. Las cifras de pases lo explican con claridad: el Deportivo intentó 479 entregas, pero solo completó 380. El déficit de precisión fue evidente y no se limitó al pase.
Los errores se acumularon también en los duelos individuales. Yeremay, el más insistente, perdió hasta 19 balones, seguido por Eddahchouri (18), Mella (14) y Soriano (14), lo que retrata la falta de inspiración de los jugadores más ofensivos en una tarde desafortunada.
Ante semejante atasco, Óscar Gilsanz trató de buscar soluciones desde el banquillo. Realizó un doble cambio antes de la hora de partido, introduciendo a Obrador y Diego Gómez por Tosic y Mfulu, en un intento por refrescar el juego interior y activar las bandas. Sin embargo, los minutos siguientes fueron aún más inquietantes, ya que el Tenerife empezó a rondar el gol con más insistencia y obligó a Helton Leite a intervenir en varias acciones para evitar males mayores.
Más adelante, el técnico dio entrada a Iván Barbero y, ya en el tramo final, recurrió a Hugo Rama y Denis Genreau. Con ellos en el campo, el equipo ganó metros y pasó más tiempo instalado en campo rival, pero esa tímida mejora territorial no se tradujo en producción ofensiva: el primer disparo entre palos nunca llegó. El Deportivo cerró el partido sin haber probado a Edgar Badía en noventa minutos.
Omenuke Mfulu, sustituto del sancionado José Ángel en la medular, reflejó también la espesura general del equipo. Su regreso a la titularidad estuvo marcado por la falta de ritmo competitivo y no escondió su crítica, aunque maquillada, tras un encuentro decepcionante. “Ha sido un partido difícil, con un rival que se jugaba mucho. No hemos estado cómodos en las fases del juego con balón y sin balón también fue complicado. Fue un partido un poco raro, pero sacamos un punto”, valoró el mediocentro, que admitió que todavía necesita tiempo para alcanzar su mejor nivel: “Tenía ganas de jugar, de hacer más, tengo todavía margen para estar mejor físicamente”.
Por su parte, Diego Gómez, uno de los recambios utilizados por Gilsanz en la segunda mitad, compartió esa mezcla de resignación e inconformismo que dejó el empate. “Es un punto que en casa nos sabe a poco”, admitió el ourensano. El canterano lamentó la falta de claridad en el juego ofensivo: “Quizá faltó un poco de lucidez. No estuvimos muy bien. Queda trabajar para mejorar lo que hicimos”.
En lo personal, Diego Gómez destacó que sus sensaciones fueron positivas, aunque dejó claro que el foco debe estar en lo colectivo: “Intento aportar lo máximo al equipo. Fue un día en el que no estuvimos muy acertados, pero con trabajo y esfuerzo, la recompensa llega”.
Las palabras de Mfulu y Gómez reflejan una escasa autocrítica tras un encuentro decepcionante y también sirven como epílogo de una noche en la que el Deportivo, más allá del punto sumado, se quedó sin juego, sin gol, sin respuestas y, por primera vez, sin disparos entre los tres palos.