América late al ritmo de la Copa Libertadores, que afronta estos días una fase decisoria que entronca con A Coruña y el Deportivo, con historias de equipos que mostraron en nuestra tierra una grandeza futbolística y social. Tres campeones, Atlético Mineiro (2013), Peñarol (1960, 1961, 1966, 1982, 1987), River Plate (1986, 1996, 2015, 2018) y un aspirante, el mítico y malhadado Botafogo compiten en unas semifinales plenas de condimentos, también de una salsa coruñesa confeccionada a partir de historias futbolísticas inolvidables. Porque los cuatro equipos protagonistas dejaron huella en Riazor o en el deportivismo.
El Atlético Mineiro acaricia la final tras imponerse a River Plate (3-0) en su feudo de Belo Horizonte. De allí partió en el verano de 1976 para hacer una gira que de forma inopinada le trajo a A Coruña y ganar el último Trofeo Conde de Fenosa. Ocurrió que la organización del torneo, que se celebraba a beneficio del Deportivo pero apenas pervivió ocho ediciones, había contratado al Dynamo de Kiev, pero los ucranianos (entonces soviéticos) se cayeron del cartel. El Mineiro venía de romper la supremacía del Cruzeiro (que ese verano y el anterior había jugado con muy buen tono el Teresa Herrera) en el campeonato de Minas Gerais e impactaba en una gira no ya europea sino intercontinental que le llevó a Camerún, Rumanía, Checoslovaquia, Italia y, a la postre, a España cuando ya tenía un pie en la escalerilla del avión de vuelta a casa. Se presentó en A Coruña con un equipo estelar y casi juvenil con una media de edad que no llegaba a los 23, con Reinaldo como figura, uno de esos futbolistas a los que en los setenta se designó en Brasil como sucesor de Pelé.
El Mineiro se alistó a última hora en el torneo que ya contaba con el anfitrión Deportivo, Celta y el venezolano Deportivo Galicia, un club fundado por emigrantes en el que colaboraba el periodista Lázaro Candal, que lo tuvo claro en cuanto supo que el Mineiro sería de la partida. “El torneo ya tiene ganador”. Así fue, por más que en la semifinal se llevasen un susto contra el Celta (2-2 y resolución por penaltis tras remontada celeste). En la final no hubo discusión contra el Deportivo (2-4). “No podemos ni compararnos a ellos”, resumió Belló al final del partido. “Perder ante un equipo así no es una vergüenza”, zanjó un joven Paco Buyo. El Mineiro impactó por su fútbol a pie y de combinaciones en corto. Entonces el tiki taka tenía denominación de origen brasileña. Y sorprendió por las maneras de su guardameta, el argentino Ortiz, el jugador más veterano del equipo, un melenudo biondo que vestía bermudas, algo nunca visto en la época en Europa, y se manejaba con modos excéntricos. El tipo era una celebridad en el Mineiro, pero un año después perdió la titularidad ante la eclosión de un joven portero que ya estaba en la plantilla aquel verano, pero no se había desplazado con el equipo a A Coruña, un tal Joao Leite, padre de Helton, ahora bajo palos en el Deportivo.
Aquel verano del 76 estuvo en el Teresa Herrera el Peñarol, que entonces se movía por A Coruña como si fuese el Deportivo. Se había llevado la Torre de Hércules los dos años anteriores, la primera de ellas tras superar al Barcelona en el accidentado estreno de Cruyff, que se marchó expulsado a los 36 minutos de partido tras un rifirrafe con el zaguero Hugo Fernández. Johan pateó la cara del defensor charrúa y el portugués Garrido envió a ambos a la caseta.
“Fue el instinto”, declaró el holandés antes de regresar al Hotel Atlántico, cuartel general del Barcelona.
– ¿Pero usted le dio varias veces patadas en la cara?, le preguntaron.
– No. Fue el uruguayo el que se golpeó contra mi bota.
El caso es que el Peñarol superó al Barcelona en la semifinal y al Borussia Mönchengladbach, que alineaba a varios campeones del mundo con Alemania, en la final tras una emotiva prórroga. Al año siguiente ganaron de nuevo el trofeo y tipos como el meta Walter Corbo o el delantero Fernando Morena se convirtieron en unas celebridades en la ciudad. Hasta que en 1976 cayeron en semifinales contra el Real Madrid. Media Coruña, que se decía que era blanca, animó aquel día a los manyas, que no dejaron de hacer amigos en la ciudad y que incluso llegaron a disputar un histórico amistoso contra un Peñarol de la parroquia arteixana de Lañas conformado por inmigrantes charrúas.
Peñarol regresó sin éxito tres veces más al decano de los trofeos de verano, en 1992, 2001 y 2005, pero su historia y la del Deportivo están vinculadas por sendas giras blanquiazules, en 1954 y 2016. La primera fue memorable, con un partido que acabó en empate (2-2) en el Estadio Centenario. 21 años después, en 1975, el equipo volvió a América en un viaje que sirvió, entre otros detalles, para jugar por primera vez contra un gran clásico. River Plate recibió en su feudo del Monumental. Cayó el Dépor (1-0), pero se cerró la presencia de los millonarios en el Conde de Fenosa dos meses después. Ganó River de nuevo (1-2) en su única presencia en Riazor, pero no en el último enfrentamiento contra el Deportivo porque el día de San Juan de 1993 volvieron a cruzarse en Santiago de Compostela en un partido que acabó con empate a uno y una tanda de penaltis en la que ganaron los argentinos. Daniel Pasarella, que estuvo en aquel duelo setentero en Riazor, ya ejercía de entrenador en un equipo liderado por Ariel “Burrito” Ortega. Una cita que queda para la historia porque sirvió para inaugurar el estadio de San Lázaro.
El cuarteto de semifinalistas de la Libertadores del 2024 lo completa el Botafogo, un clásico carioca que estuvo dos veces en el Teresa Herrera y en ninguna de ellas pasó desapercibido. La primera todavía deja eco por su singularidad, un duelo en el verano de 1959 contra el Santos con siete campeones del mundo en Suecia sobre el césped de Riazor, Garrincha, Nilton Santos, Zagallo y Didí por el Botafogo. Zito, Pepe y Pelé por los paulistas, que vencieron 4-1 en un partido que la prensa de la época calificó como anodino por su ritmo bajo de juego y que el tiempo ha convertido en legendario.
Pero el Botafogo se desquitó en 1996 tras eliminar al Dépor adiestrado por JB Toshack en la semifinal (1-2) y dejar atrás en la tanda de penaltis a la Juventus, que viste idénticos colores (blanco y negros). Ni a unos ni a otros se les ocurrió traer una equipación de reserva, así que el Botafogo jugó y ganó el Teresa Herrera con las camisetas blanquiazules Umbro del Dépor ante la algarabía de la parroquía local.