Nada se puede escribir en el fútbol sin tener en cuenta el resultado. Por eso la valoración de lo ocurrido ayer en Riazor hubiera sido muy diferente si superado el minuto 90 Soriano (Mario) no se hubiese encontrado un latifundio en la frontal del área del Eibar. Vaya la de ayer por otras que no se cobraron antes, por la injusticia que dañó tanto al equipo en pasadas comparecencias en Riazor. No sé si es exagerado concluir que el Deportivo jugó su peor partido de la temporada como local, pero sí que fue en el que atravesó por más pasajes en los que se le vio superado ante un rival que tampoco fue, ni mucho menos, de los mejores que pasó por el estadio. Porque incluso al magnífico Racing de Santander el equipo logró de alguna manera mirarle a los ojos.
El caso es que un gol después todo se ve desde otro prisma. Y el equipo necesitaba algo así. También su gente, una alegría después de tanto sinsabor en el estadio. El Deportivo no mereció ganar y eso, que no es malo ni mucho menos porque los grandes equipos se construyen también desde las victorias sin brillo, habrá que contarlo y entenderlo porque es un buen punto de partida para seguir creciendo.
Los futbolistas del Eibar tenían motivos para marcharse desolados del césped. Tuvieron el triunfo en la mano, sobre todo en el inicio de una segunda parte en la que controlaron el partido para jugar en campo del Deportivo, que por momentos abrió el paraguas y se parapetó ante un excelente Helton a la espera de que amainase la tempestad. Antes pudo marcar el equipo de Óscar Gilsanz, a la carrera, con el inevitable Mella al espacio y siempre ante la desesperación de Lucas, que se cansó de pedir juego.
A estas alturas ya sabemos el pelaje de este Deportivo, un equipo pillado entre alfileres en bastantes conceptos y demarcaciones, en el que su nuevo entrenador solo encontró tres cambios que le diesen refresco en un día bastante mejorable, un equipo que se agiganta cuando entran en acción sus cuatro futbolistas diferenciales. Todos, tiros y troyanos, sabemos quienes son. Y a ese póker le costó entrar en contacto con la pelota durante bastantes tramos del partido, maniatados como estaban por los severos marcajes individuales que desplegó el Eibar. Joseba Etxeberría ordenó, no es el primero, que se flotase a Pablo Vázquez en la salida del balón y la redonda costó que le llegase a los buenos. Entre todo ese trajín el Deportivo perdió el hilo, fue a menos y padeció en cuanto el Eibar, que se pasó la primera media hora sin pisar el área, se animó a dar un paso adelante con Nolaskoain a los mandos.
El fútbol es así. Un caprichoso. Te premia cuando menos lo mereces y te castiga cuando le cortejas con tesón. Rescatemos lo mejor: sin la pelota en los pies el Deportivo sufrió, encontró la fortuna y peleó hasta el final para defender sus opciones de ganar el partido, que cuando tienes buenos jugadores sobre el campo siempre están vigentes. El Eibar se despistó y Yeremay se avivó para conectar con Mario Soriano, al que sus excompañeros dejaron solo como si no lo conociesen. Y al final, ya tras la ducha, Pablo Vázquez resumió a la perfección lo ocurrido. “Mario la metió en la escuadra y Helton sacó la que ellos mandaron a la nuestra”. Así de simple y de contundente.