El gran protagonista del miércoles fue Daniel Domingo Martinazzo Mattar (9 de enero de 1958, San Juan), jugador legendario del Liceo en los años 80 y 90. En diez temporadas marcó 661 goles (récord histórico del club) y conquistó 21 títulos. Ayer recibió un merecido homenaje. Salió con el equipo del vestuario y realizó el saque de honor. La ovación duró varios minutos. Todos en pie, pequeños y mayores.
Los niños y niñas, que solo le conocen por las fotos de sus padres, se fotografiaron con él al terminar el partido. Después se sentó con la prensa, uno por uno. Habla con pausa y pasión. Agradecido y sorprendido por el recibimiento, recuerda lo que significan A Coruña y el Liceo en su vida: el nacimiento de sus hijas, los amigos, los títulos en la pista...
Martinazzo recita de memoria aquel equipo de leyenda que ganó las dos primeras Copas de Europa para el club en 1987 y 1988 y desvela que hace unos años encontró la ciudad tan cambiada que se perdió en la rotonda del colegio Liceo.
¿Emocionado?
Mi etapa acá fue lo máximo. Yo que empecé como amateur en mi vida imaginé que podía vivir del hockey. Y acá vivía del hockey. Qué maravilla más grande que te estén pagando por tu pasión. Me vine de Italia porque intuía que acá podía ser campeón de Europa con el Liceo. Era un apasionado y di con un ambiente de apasionados: dirigentes, técnicos, jugadores… Además se formó una simbiosis entre la ciudad, la afición y el equipo. Vivíamos esto como nadie y obteníamos resultados. Con todo esto te diría que mi etapa acá fue una realización personal, he sido pleno.
Es muy importante porque mi segunda hija, Julieta, nació acá, en la clínica de Belén. Y la mayor también se crió acá. Imagina el significado que tiene para mí.
¿Has encontrado la ciudad muy cambiada?
No tanto desde la última vez que estuve, en 2017, pero A Coruña ha ido creciendo mucho desde que la conozco. En los años 80 y 90 dio un salto muy significativo, pero cuando más cambio noté fue en los 2000. Llevaba unos diez años sin venir y me perdí en la rotonda del colegio Liceo La Paz. Mirá si habré estado veces ahí, en un gimnasio con Kiko Alabart, pero llegué a esa rotonda y me perdí (risas).
Ha evolucionado la preparación física, la táctica, el dominio de patín, de la bocha y del stick, pero los cinco grandes de aquella época, Barcelona, Liceo, Noia, Igualada y Reus, jugaríamos de igual a igual contra cualquiera. Lo que ha variado para mejor es el nivel medio. Antes, del quinto para atrás había una gran diferencia. Y dentro de esos equipos había jugadores que no pasaban de la mitad de la pista, eran como frontones de tenis que te devolvían la bocha. Hoy en día eso no existe.
Había muchísimo más roce antes que ahora. La superioridad del Liceo era grande y nos tenían que pegar porque si no no nos agarraban. Nuestros entrenamientos eran mejores que el 50-60% de los partidos de la liga, pero también nos cagábamos a palos, nos peleábamos, todo... (risas). Te guste o no, la competencia siempre existe en un gran equipo.
Después de tu retirada te dedicaste a la dirigencia del hockey en tu país, ¿qué te parece el enfrentamiento entre World Skate y la Asociación de Clubes?
Las discrepancias me gustan si son sanas. Pueden generar crecimiento para el hockey. Hay una cuestión clara: todo tiene que estar dentro de World Skate. Y también es cierto que se tiene que seguir dialogando y buscando nuevas alternativas para presentar este espectáculo: en los sistemas de competición, en los cambios de reglamento, en la forma de televisarlo... Hay muchas cosas que cambiar y me parece fantástico que se siga pensando y dialogando, pero tenemos que convivir porque en el hockey somos muy pocos.