Pedro López-Sors (A Coruña, 1978) es Perico, presidente del CRAT A Coruña. Hijo de Paris y sobrino de Pedro Cano, dos de los pioneros junto al mítico Nacho Lobón, mamó el deporte oval desde pequeñito. “En el 89 me picó el rugby y ya no lo solté”, reconoce el mandatario, cocinero antes que fraile, pero que se retiró a los 26 años por culpa de las lesiones: “Me rompí tres veces la rodilla y me fastidió dejarlo tan joven, pero lo he suplido con mi vinculación al club como delegado, entrenador o donde hiciese falta”.

En 2016 asumió la presidencia del CRAT y en 2020 renovó el cargo. “Tengo dos años más de mandato, la idea es aguantar hasta que se acabe y después ver lo que pasa. Si hay otra candidatura continuista y con buena pinta, la apoyaremos”. Perico visitó nuestro diario para hablar de pasado, presente y futuro, siempre en clave de rugby.

Seis años en la presidencia, ¿notas el desgaste?
Me quita mucho tiempo, da preocupaciones y quebraderos de cabeza, pero es una labor que hago de manera altruista y con mucho sentimiento por el club. En 2016, Alfredo López (presidente anterior) me pidió que entrase en su directiva y me dijo: ‘Calienta que sales’. Me tocó liderar esa etapa, justo en el año del 40 aniversario del club. Fue algo muy bonito. No tenía pensado presentarme a la presidencia, pensaba que era demasiado pronto para mí, pero tuve que dar un paso adelante.

No lo tenías pensado, pero le cogiste gusto y renovaste el cargo.
Sí, es algo que llevo mamando desde pequeñito y que hago con gusto. El año que se abrió un nuevo periodo electoral, entre unos y otros me empujaron a seguir.

La pandemia fue la peor época posible para dirigir un club

¿Cómo afectó la pandemia al funcionamiento del club?
Fue la peor época posible para dirigir un club. Se paró toda la maquinaria, la incertidumbre con los patrocinadores, el sobrecoste que supuso realizar test covid a toda la plantilla de División de Honor, qué iba a pasar con las ligas, las licencias de los niños... Fue muy, muy difícil.

¿Salisteis más fuertes?
Salimos empatados (risas). El arranque fue muy complicado porque al ser el rugby un deporte de contacto empezamos más tarde y con mascarilla, las familias no estaban muy por la labor de dejar a los niños jugar... Fueron un par de años con pocas licencias, pero ahora vamos remontando y estamos en el mismo número que teníamos antes de la pandemia (250). Las categorías más afectadas fueron la sub-16  y la sub-18. Había muchísimo abandono.

¿Y a nivel económico?
Los patrocinadores y las administraciones se portaron muy bien. Contábamos que, al suspenderse las ligas, tendríamos que devolver parte de las subvenciones, pero no fue así. Y además nos ayudaron a sufragar los gastos para el protocolo covid.

¿Cómo se gestiona la viabilidad en un club de rugby amateur?
Intentamos cuadrar las cuentas al milímetro, pero es muy complicado porque somos un deporte minoritario y que no tiene visibilidad. Tenemos patrocinadores muy fieles, la administración subvenciona al equipo femenino y en la base se pagan las cuotas, el material... Vamos sobreviviendo.

Pese a las dificultades, siempre os las arregláis para sacar un equipo competitivo en División de Honor femenina.

Peleamos en inferioridad de condiciones porque, como digo yo, estamos en la aldea de Asterix y en los partidos de fuera (tres en Madrid, uno en Sevilla, uno en Eibar y otro en Barcelona) nos dejamos mucho dinero: transporte, pernoctas, comida... Es muy difícil llegar a las 46 licencias que nos exige la Federación, pero el equipo femenino es el buque insignia del club y no podemos dejarlo caer.

¿Cómo conseguís mantener un nivel competitivo tan alto?
Siendo atractivos como club. Tenemos un acuerdo con la Residencia Rialta, patrocinador principal, que nos da cuatro plazas de alojamiento y cubre las necesidades básicas de las jugadoras. Las internacionales vienen con sus gastos vitales cubiertos a vivir una experiencia. Es muy curioso el caso de las neozelandesas, que al ser de una isla quieren salir a ver mundo y nosotros les damos esa posibilidad jugando en un equipo de nivel.

¿Cómo fue el primer contacto con Nueva Zelanda?
Shaan Waru fue el primer contacto que tuvimos con Nueva Zelanda. Un chico que estaba entrenando a Getxo se enteró de que ella quería jugar en Europa, buscaba un equipo de nivel y firmó con nosotros. Al año siguiente vino con Maya Davidson, que era su pareja, dos jugadoras espectaculares, y ganamos la liga. Una vez que volvieron a su país y después de vivir una buena experiencia aquí, esto es una cadena. Shaan, Sheena (Sidin) nos ayudan a encontrar nuevas jugadoras.

¿Cuál es el objetivo del equipo femenino tras dos años sin jugar los ‘playoffs’ por el título?
El objetivo es acabar entre los cuatro primeros puestos de la liga regular, jugar los ‘playoffs’ y, una vez ahí, que sea lo que dios quiera.

El objetivo del femenino es jugar los 'playoffs'

¿Cómo surgió la incorporación de Pakito Usero en el cuerpo técnico?
La marcha de Helen Roca (exjugadora, exentrenadora y exdirectora técnica) fue el detonante. Había que buscar una persona para ayudar a Jos (Portos) en la dirección del equipo y surgió la posibilidad de Pako Usero, que estaba en Ferrol. Se sumó al carro y creo que su llegada es muy positiva. Muchas veces se tiende a ser un poco endogámicos en un club y eso no lleva a ningún lado. La gente que lleva tanto tiempo trabajando en un mismo club debe dar un paso a un lado para traer nuevas formas de trabajar. Aunque yo te lleve explicando toda la vida cómo se hace una melé, si llega Pako y te lo explica de una manera distinta, aunque sea lo mismo, te va a entrar mucho mejor.

¿Qué os aporta Juan Pablo Chorny, el nuevo director técnico?
Juan Pablo tiene una trayectoria tremenda en Argentina. Lo que le pedimos es que desarrolle la base: métodos de entrenamiento, formación de entrenadores y poner hitos en cada una de las categorías para que lleguen al sénior con la evolución deseada.

¿Es el ascenso a División de Honor B un objetivo real para el equipo sénior masculino?
Económicamente es una liga inviable para nosotros. Una de nuestras reivindicaciones para la Federación Española es la redistribución de los grupos de División de Honor B. A los equipos gallegos nos cuesta infinitamente más jugar en un mismo grupo que con los vascos. Es un coste económico y personal tremendo y competir en B sin fichajes es un suicidio ahora mismo.

¿Cuál es la meta deportiva?
Nuestro objetivo es intentar ganar la liga regional o jugar los ‘playoffs’ de ascenso y que ahí el equipo se mida a rivales de Asturias, Cantabria, País Vasco, Valladolid... probablemente mejores que nosotros. Nos interesa para que los chicos se prueben a sí mismos.
 

¿Y la intención con las categorías base?
Queremos seguir creciendo y ampliar la cantera.

¿Cómo se convence a los niños para llegar al rugby?
A los chavales se les convence solos. Una vez que prueban este deporte se quedan. Juegan para divertirse, sin presión por ganar. La primera liga competitiva que tenemos es la sub-14.

¿Qué tiene este deporte que engancha a todo el que lo practica?
El sentimiento de pertenencia a un club.

A los chavales se les convence solos

¿Cuántos partidos ves cada fin de semana?
Veo menos rugby del que me gustaría por televisión, pero del CRAT intento ver todos los partidos.

¿Cómo ha cambiado el juego desde que empezaste?
En el rugby profesional han cambiado mucho la fisionomía de los jugadores y sus roles dentro del campo. El amateur es cada vez más exigente físicamente por la evolución de los métodos de entrenamiento. Antes el que ganaba el tercer tiempo lo ganaba todo (risas), pero ahora hay que ganárselo en el campo.

Hablando de campo, el Concello confirmó en un reciente pleno municipal su compromiso para la creación de un campo exclusivo para la práctica del rugby.
Hay ese compromiso y tenemos comunicación, pero es algo que está aún por definir. Creemos que es el campo que se va a hacer en Pedralonga, donde está la Fábrica de Armas. Creo que nos hace falta porque la ciudad necesita instalaciones nuevas.

El femenino se entrena y juega en el Universitario de Elviña, pero el resto de equipos del club lo hacen en A Torre.
En A Torre estamos peleando por bajar al campo 2, el único homologado para rugby. A la hora de entrenar, lo hacemos en el 4, que no tiene palos. ¿A que no te imaginarías a un equipo de fútbol que se entrena sin porterías?