Reconozco que soy de esas personas a las que le ha costado entender y rendirse al juego de Karim Benzema. En sus primeros años como futbolista del Madrid lo veía como un diamante que no se acababa de pulir. Un jugador poderoso y superior, sin llegar a serlo. Creativo y diferente sin llegar a conseguirlo.
Cuando parecía que iba a pasar a la historia como un muy buen jugador sucedió la gran transformación. En los últimos años, cinco para ser exactos, ha cambiado radicalmente cuestiones básicas como su forma de prepararse físicamente, los hábitos alimenticios, sus prioridades… Hasta convertirse en un auténtico ‘top ten’ del fútbol mundial.
Los pasos que le han llevado al limbo no son pocos ni sencillos. Sobre todo teniendo en cuenta que ya era una estrella del balón y jugaba en un grande como el Real Madrid. Se instaló un gimnasio en casa, boxea para fibrar el cuerpo, hace “cupping” (aplicación de ventosas para crear efecto succión en la piel), come microalgas y escucha suras (capítulos) del Corán antes de jugar.
Todas esas circunstancias, o al menos alguna de ellas, hacen que el francés ofrezca a sus 33 años las mejores prestaciones. Hoy Karim es más rápido, más listo y más efectivo, mostrando una mejora paulatina temporada tras temporada.
Y eso no pasa desapercibido. Sus compañeros hablan maravillas y confían ciegamente en él, la prensa se ha plegado a su juego (el Balón de Oro está al alcance) y los aficionados al buen fútbol aplauden con las orejas. Karim es un 9, que además hace las veces de un 7, un 11, un 8…juega y hace jugar, se mueve y mueve al equipo, inventa acciones de la nada, acompaña, mete presión a la defensa contraria, asiste y marca. ¿Qué más se puede pedir?
En un fútbol español carente de rutilantes estrellas internacionales y abocado casi obligatoriamente a las nuevas camadas, Karim representa una bocanada de aire viejo… con poso, experto, sabio, excelso... Menos mal que nos queda Benzema.