El pasado sábado en una cena con amigos, no muy futboleros por cierto, salió el tema tan candente aún hoy en la sociedad coruñesa ‘Lendoiro, héroe o villano’. Yo ofrecí mi opinión como el resto. Clara, escueta. Pero la conversación me retrotrajo a mis muchas batallas con él. Lo conocí a través de mi padre. Augusto, gerente del Liceo La Paz, mi padre, profesor de fútbol del colegio. Digo profesor porque creo que eso es lo que fue, ni por encima ni por debajo de monitores y entrenadores. Él era un profesor de fútbol. Y Augusto siempre se portó bien con mi padre, y consecuentemente con mi madre y conmigo.
Ya metida en el mundo del periodismo deportivo, Lendoiro me ofreció trabajar en un proyecto que consistía en ofrecer información del Deportivo a través de teléfono. En aquel momento no existían las redes sociales y varios clubes entendieron que vía telefónica se podía tener información más inmediata. El tema no salió bien porque la empresa de Madrid que hacía de plataforma no cumplió con lo pactado.
En ese momento, y con mi primera decepción profesional a cuestas, el entonces valoradísimo presi del Deportivo, me ofrece ayudarle a plasmar sus memorias en un libro. A mí se me hacen los ojos chiribitas, como no, y me paso las siguientes semanas en la Plaza de Pontevedra esperando a que Lendoiro tenga huecos para arrancar ‘nuestro tema’. Pero la agenda del mandatario es excesivamente exigente y ese momento no llega. Lendoiro habla conmigo y me dice que no es el momento. Lo entiendo. Lo entiendo porque lo veo.
A partir de ahí, visicitudes de la vida y del trabajo, entro en el Grupo Voz y me encuentro, dentro de mi humildad, en el medio de un devastador fuego cruzado. Pese a que hago mi labor periodística lo más honestamente que puedo (siempre he apoyado al Depor, aún en las críticas), mi relación con Augusto cambia. Tanto, que la noche que el Depor gana la Liga, aquel mayo de 2000, en un momento casi místico porque había cientos de personas por los bajos de Riazor entrando, saliendo, cantando…nos quedamos solos durante 20-30 segundos. Y no nos dirigimos la palabra. Y eso que yo estaba feliz por el Depor y por él. Y él estaba feliz porque sabía lo que me une al Deportivo, por mí y por mi padre.
El tiempo pasó. Él salió de la presidencia. Yo seguí con mi labor periodística aunque más alejada del fútbol. El fútbol quema en todas sus facetas. Y yo necesité darle un poco de perspectiva a mi profesión porque estaba plana.
Y así llegó un pasado reciente. Y Augusto y yo nos sentamos a tomar un café. Y lo intuí aún apasionado por el fútbol. Absolutamente puesto al día. Deportivista hasta la médula. Con una conversación interesante y sabia. Con un conocimiento del mundo del fútbol amplísimo. Con una clarividencia brutal en algunos temas.
Y sin dar lugar a juzgamientos, porque yo no soy juez ni quiero serlo, pensé: “Este es el más listo de la clase. Lo fue. Y lo sigue siendo.”
Salud y suerte!