A los entrenadores nos cuesta reconocer las virtudes de nuestros ‘colegas’, pero les llamamos para que nos hablen de los rivales que nos vamos a encontrar. La inmensa mayoría nunca son favoritos en sus partidos, y además se encargan de que se sepa durante toda la semana y durante toda la temporada. Algunos tienen una idea de juego y otros juegan a tener una idea para cada partido. Ninguno quiere traidores en su cuerpo técnico. Muchos ven fútbol de campo en campo para conocer mejor a su rival y otros dicen que no les hace falta. Todos hablamos de los árbitros aunque sea para decir que nunca hablamos de los árbitros. A unos cuantos se les llena la boca de intensidad cuando no saben resolver problemas que surgen durante un partido y a otros muchos les gusta adornarse en explicaciones tácticas, sobre todo después de haber ganado. No lo vive más el que más grita, ni estar sentado es signo de dejadez. Todos hacemos goles a balón parado que son mérito nuestro y todos encajamos a balón parado también por nuestra culpa nuestra -el rival no tiene mérito-.
Como en los toros, algunos lidian con su presidente y otros son recortadores. Con sus futbolistas los hay cercanos, colegas, dictadores, distantes, paternales, lejanos, comprensivos, intolerantes, insistentes y hasta los hay que miran para otro lado… Ninguno garantiza el éxito en un vestuario. Los hay más defensivos, replegados y directos que ofensivos avanzados y combinativos. Todos ganan, empatan y pierden. Una minoría pasa más de dos años en un club y una inmensa mayoría sabe que tarde o temprano vivirá al menos un cese. El 99% duerme poco y mal la noche de partido después de una derrota. Todos nos equivocamos, pero tomar muchísimas decisiones a diario tiene un precio.
Todos quieren ganar. Algunos a través de un camino, otros por un atajo y también los hay que se echan al monte. Pocos no tendrán manías ‘prepartido’ que repetirán después de haber ganado. A estas alturas ya no nos sorprende que algunos lleguen a un banquillo por haber sido… Y otros para poder ser.