Echará a rodar el balón hoy en el parisino Parque de los Príncipes y con él la nueva realidad del fútbol femenino, donde la mujer ya se contempla a sí misma como protagonista en el campo y en el banquillo, también en la grada y en palco.
Corren tiempos en los que desde la FIFA reparan en el influjo de Fatma Samoura, la secretaria general de la organización; en los que Francia confía a Corinne Diacre la consecución de ‘su’ Mundial; en los que Lieke Martens, Asisat Oshoala, Andressa Alves o Shuang Wang impactan al mundo con una campaña publicitaria de un gigante como Nike; y en los que miles de niñas se permiten soñar con emularlas.
Eso es algo que en Estados Unidos consiguieron veinte años atrás, con la organización de la Copa del Mundo de 1999. Carli Lloyd, Alex Morgan o Megan Rapinoe heredaron el talento y el talante de Mia Hamm, Julie Foudy, Joy Fawcett y compañía.
Las 23 jugadoras de las 24 selecciones participantes en esta Copa del Mundo competirán en Francia con la convicción de que pueden dar otro impulso a la disciplina, aunque no se repetirá aquella inolvidable estampa con 90.185 espectadores en la final de Pasadena.
En el estadio de Lyon caben ‘solo’ 59.186 aficionados. El aforo es suficiente, en cualquier caso, para una gran fiesta.
El primer Mundial femenino con VAR recupera el césped natural tras el sinsentido de Canadá. Entonces las selecciones se repartieron 15 millones de dólares en premios, 2 de ellos para el campeón. En Francia ambas cifras se verán dobladas. La FIFA aporta, además, dos partidas inéditas: 11.520.000 dólares que las federaciones destinaron a la preparación de sus equipos y 8.480.000 dólares para los clubes, en compensación por la cesión de sus jugadoras.
552 han sido convocadas por las 24 selecciones participantes en un certamen que se extenderá del 7 de junio al 7 de julio, con la disputa de 52 partidos hasta la proclamación de la vencedora.
Estados Unidos defiende el título. Ninguna escuadra ha ganado tanto como la norteamericana, campeona en 1991, 1999 y 2015.