Al currículo de méritos rubricados por la selección española femenina de fútbol hubo que adjuntar la clasificación para los octavos de final del Mundial de Francia.
Cuatro años después de que Canadá revelase la fase de grupos como un paredón irreductible, un nuevo escuadrón ahuyentó definitivamente los complejos.
La promoción de Nahikari García, Mariona Caldentey, Patri Guijarro y Lucía García al combinado mayor ha contagiado a La Roja de principios futbolísticos que habían quedado extraviados.
Corren nuevos tiempos en el fútbol femenino español y deben ser explicados a partir de su velocidad, su atrevimiento y su frescura -con permiso de una Jenni Hermoso exquisita, una Irene Paredes jerárquica o una Virginia Torrecilla descomunal-.
Su presencia resulta contagiosa, tal se libre un rondo en un entrenamiento o emerja una cresta camino de los octavos de final de un Mundial. Ocurre, no en vano, que muchas de ellas han navegado a favor de viento durante su etapa de aprendizaje, entre la sub-17 y la sub-20. No entienden de la batalla que La Roja sostiene con su pasado. Su misión es remolcar a la tropa hacia una cota superior.
Ayer ante una sólida China pareció dar por válido el 0-0. También las asiáticas, imaginando que pasarán entre las mejores terceras.
Con ese resultado se advertía igualmente la selección española en la siguiente ronda, como segunda de su grupo.
Con ello debió conformarse en una tarde que la meteorología ya anunciaba placentera, por el sol, la temperatura agradable y la suave brisa.
Así se acomodó el cuadro español en la primera estancia eliminatoria, a la espera de la selección de Estados Unidos o de Suecia.