La puesta en escena de Rafael Nadal en el Masters 1000 de Madrid fue esperanzadora, confortable, sin sobresaltos, que facilitó un triunfo incontestable ante un rival por ahora menor, el joven estadounidense Darwin Blanch, invitado de la organización, que nunca cuestionó el trasvase del pentacampeón hacia la segunda ronda del Mutua Madrid Open.
Si el ganador de veintidós Grand Slam necesitaba minutos en pista y confianza los adquirió en su retorno como competidor a la Caja Mágica. Hizo de su vuelta a Madrid, después de la ausencia del pasado año por lesión, un trámite tal y como refleja el marcador, incontestable. 6-1 y 6-0. Fueron 1 hora y cuatro minutos sobre la pista alimentados de buenas sensaciones, de momentos de nivel y de confianza.
En una pista central abarrotada, plagada de una carga emocional visible y esperada, Nadal sintió el calor de un público dispuesto a empujar hasta el final al mejor deportista español de siempre. A responder con aliento los posibles contratiempos físicos que puedan condicionar el día a día del balear.
Nadie quiere formar parte del público del último día en Madrid del balear. De ahí el empeño en prolongar la estancia del espíritu del evento.
Contribuyó a ello, sin querer, el rival. Darwin Blanch puede ser un tenista prometedor, pero a los dieciséis años, con los que saltó a la pista Manolo Santana, demostró que aún le falta recorrido para formar parte de los momentos grandes, de cuestionar el triunfo de jugadores de alto nivel. De hecho, el zurdo estadounidense llegó a la Caja Mágica invitado, y con solo un partido como profesional en su hoja de servicios. La primera ronda del Masters 1000 de Miami que perdió ante el checo Tomas Machac.
El meritorio norteamericano, pupilo de la Ferrero Tennis Academy fue sobrepasado por el impacto ambiental en el que se vio envuelto. Fue incapaz de disimular los nervios y la tensión, de superar la impresión de tener enfrente a uno de los mejores jugadores de la historia, de estar rodeado de miles de espectadores y de responder a la repercusión del momento.
Veintiún años y 117 días separan a Nadal de Blanch. El balear debutó en Madrid con 17, en el 2003, en pista dura, en otoño. Y perdió ante Alex Corretja. Después reinó en Madrid. Tanto en la Casa de Campo, en pista dura, como en la Caja Mágica, sobre arcilla.
Ahora, con 37, afronta su trayecto final en Madrid en el año de su despedida como profesional. Pero pronto disipó las dudas. No necesitó exigirse para sobrepasar el primer tramo del cuadro. Ante la inexperiencia de su adversario, sin aspavientos se situó con 3-0 en el primer set. Las únicas buenas señales de su rival llegaron con el saque. Dos directos seguidos que el balear remontó.
En el cuarto hizo el juego del honor el norteamericano, consciente de la superioridad de su rival. Más habituado a torneos menores, Darwin Blanch no encontró respuesta al empuje de Nadal cada vez más cómodo en la pista y en una superficie a su antojo.
Ya no hubo más del estadounidense mientras el balear seguía a lo suyo. Ganó Nadal nueve juegos del tirón para completar el triunfo de la primera manga y acelerar en el segundo, que cerró y sentenció en poco más de una hora.
“Al menos voy a estar aquí dos día más. Blanch es un jugador joven que tiene un gran recorrido. He estado correcto y feliz porque la victoria me da la oportunidad de jugar un día más en Madrid que para mí significa mucho”, dijo sobre la pista Nadal.
El pentacampeón en Madrid atravesó el primer tramo. Espera el australiano Alex de Miñaur, con el que jugó hace una semana. El balear apura para estar el mayor tiempo posible en Madrid