Cuando el líquido no rebosa siempre puede concluirse que el vaso está algo vacío. Este fin de semana supimos que A Coruña superó el examen de la FIFA y que el próximo 11 de diciembre se oficializará en el trámite del congreso extraordinario. El informe publicado considera que la candidatura de España, Portugal y Marruecos, que propone entre sus sedes la de A Coruña, ha superado los requisitos mínimos para organizar el evento. Así que la ciudad en la que nadie es forastero será también una ciudad bimundialista si nada ni nadie se ocupa de que salga del carril hacia el 2030 en el que se ha situado. La FIFA indica que el vaso no rebosa, que hay deberes por hacer y a partir de ahí pueden exponerse todas las interpretaciones posibles: la de que A Coruña tiene la peor nota en diversos apartados en los que se mide con ciudades más pobladas y con mayores recursos, la que de que nada es todavía oficial y que todo puede irse al tacho, la del palo en la rueda, el fatalismo o el abandono a ese retraimiento que tanto daño causa a esa Coruña que siempre creció cuando dispuso de timoneles que la pensaron en grande.
Que haya quien entienda que el Mundial puede resultar nocivo para la ciudad entra dentro de la normalidad, A Coruña no es Bulgaria. Pero podría ser vulgar. Quizás sea labor de quienes promueven el reto mundialista para la ciudad emplearse en hacer pedagogía y tratar de que se entienda de que no estamos ante un gasto sino ante una inversión o de que esos cinco partidos de fútbol de selecciones sin relación con la ciudad son una oportunidad más que un inconveniente. Nada es como en 1982, la movilidad de las personas es muy diferente a la de hace más de cuatro décadas. El mismo Perú-Camerún que entonces congregó a varios brujos y unas decenas de indómitos seguidores atraería en el contexto actual a millares de seguidores, muchos de ellos afincados en el continente europeo. Más de 40.000 peruanos acudieron a Saransk, Ekaterimburgo y Krasnodar cuando su país jugó el Mundial de 2018.
Se trata de un evento que ni empieza ni acaba en 2030, una ocasión para explotar un legado que multiplicaría el que ya dejó el Mundial de 1982
A Coruña regresaría al mapamundi, pero no sólo al futbolístico. La proyección de la ciudad a nivel global se multiplicaría como vector para incrementar el turismo y el empleo en diversos sectores productivos. La capacidad y competitividad del ámbito turístico y hostelero en A Coruña se reforzará por encima de otras ciudades de su tamaño. Los ingresos por la llegada de visitantes contribuirán al crecimiento económico y las oportunidades de empleo. La promoción de la ciudad excederá a las semanas que se muestre a través del torneo, también los beneficios de potentes inversiones relacionadas con redes de transporte o telecomunicaciones o la mejora de infraestructuras de todo tipo, no sólo las que sirven para que ruede la pelota. La FIFA ya marca, además, un mínimo de exigencia en cuestiones básicas en una ciudad como son las referentes a la movilidad. La ciudad ganaría, obviamente, un estadio del siglo XXI preparado y equipado para albergar, según el plan previsto, algo más que partidos de fútbol y generar nutritivos ingresos.
El Mundial del Centenario, con 104 partidos en la cosmopolita Europa del siglo XXI es una garantía de estadios llenos y de retorno económico a las ciudades que reciban los partidos, pero se trata de un evento que ni empieza ni acaba en 2030, una ocasión para crecer y explotar un legado que multiplicaría el que ya dejó aquella primera experiencia ochentera. Resulta complicado imaginar que alguien que anteponga el progreso de la ciudad sobre cualquier interés particular pueda promover que todo el trabajo realizado hasta el momento para estar entre las sedes elegidas se quede en un vacuo ejercicio.