En una ocasión, en un viaje que hice a Madrid, estuve paseando por la conocida calle Serrano. Pronto empecé a toparme con las conocidas y exclusivas boutiques que hay por toda la calle. Y en una de estas me puse a curiosear los escaparates para ver los precios de las cosas que tenían expuestas.
Y nada, que me encontré con lo esperado: bolsos de 4.000 euros, bufandas que no bajaban de los 300, pantalones de 900, chaquetas por 1500, blusas por otro disparate de euros… y así hasta aburrirse. Los precios no variaban mucho de una tienda a otra. Y ya si te ponías a ver en una joyería o en una relojería los precios equivalían a mi sueldo de tres años. Por supuesto, las boutiques estaban dotadas de su correspondiente vigilante de seguridad a la entrada y de al menos un par de dependientas elegantemente vestidas, maquilladas y sonrientes esperando la entrada de cualquier cliente de los que les gusta que le hagan mucho la pelota y con serias intenciones de gastarse una cantidad indecente de dinero por cuatro trapitos (exclusivos, eso sí).
Me pregunté si de verdad alguien se podía gastar tanto dinero en esas cosas y pronto me di cuenta de que eso era posible. Que la gente que entra en esas tiendas no se fija en el precio de los productos. Que esas personas son tan solventes que el precio les da igual. Ellas sueltan la tarjeta y les da lo mismo lo que les cobren.
Y yo me pregunto… ¿son esas personas más felices que nosotros, los mortales, que miramos hasta el precio de los yogures naturales? Yo creo que no, pero es que quizás tengo el argumento del pobre. Vaya usted a saber.
Todo esto veía a cuento por la comparativa entre nuestro Lucas Pérez y Cristiano Ronaldo. Uno ha vuelto al Deportivo y el otro ha fichado por el Al Nassr. El primero ha fichado por un equipo que está en la tercera categoría de España y el otro en la poderosa liga de Arabia Saudí, pero que desconozco si a nosotros nos ganaría.
El primero va a ganar una cantidad bastante alta para la categoría y el otro va a ganar 200 veces esa cantidad.
Pero eso sí, el primero besa con sinceridad el escudo al marcar su primer gol y el otro monta su habitual numerito quitándose la camiseta y enseñando abdominales al marcar un gol para un club que igual ni sabía que existía hace un mes.
Y todo por la pasta. Cristiano Ronaldo ha fichado por un club única y exclusivamente por el dinero. Ese
dinero que ya ni necesita salvo que quiera comprarse tres coches más y veinte relojes como esos que venden en la calle Serrano.
Podía haberse ido al Sporting de Portugal, su club de origen, que hasta le podría haber ofrecido una buena cifra y seguiría luchando por títulos. Ya no digamos al Marítimo de Funchal, el club de su tierra. Pero no. Él ha preferido fijarse sólo en el dinero. Antes era riquísimo y ahora va a ser mucho más riquísimo. Pero dudo que sea mucho más feliz.
Vuelvo a repetir que igual este es el argumento de los pobres, pero es como decirle a un madridista que aquí en Coruña celebramos la liga del 2000 mucho más y fuimos mucho más felices que cualquier celebración del Real Madrid por alguna de sus 35 ligas. Quizás ellos fueron igual de felices cuando celebraron la famosa séptima Copa de Europa de Mijatovic, pero nada más. Es la diferente manera de valorar lo que uno tiene y lo que le ha costado conseguirlo.
Hoy tenemos en el Depor a Lucas Pérez. Él es feliz y esa felicidad le ha costado renunciar a mucho dinero. Ronaldo ve ese dinero y piensa que eso es lo que gana él en un mes. Pero en lo único que coinciden es en que cada uno ha elegido lo que les ha parecido mejor. Y si Lucas vuelve a jugar algún día en Primera División todos seremos muy felices. Porque sabemos con qué club será. Eso sí que sería felicidad.