Un Olimpo insulso
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Un Olimpo insulso

Un Olimpo insulso
En la imagen, la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, en la que no faltaron los paraguas | juanjo martín - efe

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Ya se sabe que cada uno de nosotros ve el cristal según su visión de la vida o la de sus propios intereses. El Mundo Olímpico se enfrenta, en estos días, a su exposición global. Una cita cuatrienal (esta vez fue trienal por el tema de la pandemia) donde el deporte acapara la atención del mundo. Francia, con su epicentro en París, trata de mostrar al mundo su capacidad de gestionar un evento de grandiosa magnitud.


Dejando al margen los resultados numéricos, mi conclusión analítica es que nuestro país, España, nada tiene que envidiar en cuanto a desarrollar eventos de este calibre.


Muchas veces nos autoflagelamos con un cierto complejo de inferioridad al valorar nuestra propia capacidad de actuación.


Los franceses sufren para sobreponerse a factores adversos a nivel organizativo. Una ceremonia inaugural que padeció la falta de capacidad para hacerle frente a las inclemencias atmosféricas.


Hoy en día se puede conocer, con tiempo suficiente, una previsión fiable sobre lo que acontecerá y poder modificar determinadas actuaciones.


Intuyo que lo debieron intentar de todas las formas, pero las condiciones del río Sena no son las más idóneas para cualquier tipo de competición. A todo ello, añadimos continuos fallos en los servicios informáticos, aquí los hackers hicieron su particular ‘agosto’. La reducción en fechas del evento, generó una acumulación de competiciones con un seguimiento difícil de controlar. París no pasará, para mí, por el Arco del Triunfo de las grandes citas olímpicas,  únicamente se recordará por puntuales actuaciones.


¿Y la presencia española?. No quisiera restar mérito a nuestros representantes que, con su esfuerzo, nos hicieron disfrutar de su capacidad.


Unos logrando el éxito y otros ofreciendo lo mejor de sí. Pero mi valoración general me retrotrae a 20-30 años atrás. Es obvio que la respuesta de las mujeres y los hijos de la inmigración permitió abrir nuevos espacios de éxito.


Pero nuestra capacidad, la de poder estar entre los grandes, se mantiene en un nivel básico. Sólo situaciones puntuales, como antes.


Coincidiendo con Barcelona 92, se creó el Plan ADO, iniciativa para solucionar un gravísimo problema de supervivencia de los deportistas de élite. Fue sin duda un gran espaldarazo, pero la vida evoluciona y algo se debe cambiar si se quiere estar al nivel de la exigencia. Los tiempos obligan a reconstruirse y es necesario replantearse muchas cuestiones.


No podemos exigir ganar medallas cuando nuestra propuesta para el trabajo en edad escolar se mantiene o está peor que a principios de siglo. La estructura deportiva española en los centros educativos sigue siendo la dulce María, languidece en el tiempo. La clase política sólo se acuerda de ella para salir en la foto de algún evento de los llamados TOP.


Desgraciadamente, el triunfalismo del Comité Olímpico Español, con el que se iniciaron estos Juegos, fue un auténtico brindis al sol. Su presidente, el gallego Alejandro Blanco, vive en su propia nube irreal.


Cambio de tercio. Desgraciadamente, mis previsiones se acercan a la realidad. Las reparaciones de las instalaciones deportivas de la ciudad coruñesa empezarán cuando se inicie el proceso competitivo. Ponerles una medalla es poco. A ver si se enteran que en los cargos se está para servir las necesidades de los conciudadanos, no para complicarles la vida. ¡Qué desastre!


Finalizo con casa Dépor. Por circunstancias, me vi en la cola para modificar cuestiones del carnet de socio. Lugar ideal para escuchar el ambiente que reina en torno al Club y al equipo. La principal conclusión es que el trato hacia el socio resulta muy lamentable o esa es la percepción que se tiene. Cualquier decisión que se toma hacia ellos, desde la cúpula, es contraria a hacerles más fácil su relación con la entidad.


Menos mal que la gente de atención al socio, con su mejor voluntad, colabora en la causa. Lo de sacar las entradas para ver los partidos del Teresa Herrera es todo un castigo divino. No logro entenderlo.    


Como siempre un placer.

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